Mientras miles de cubanos aún esperan ayuda tras el paso del huracán Melissa, Lis Cuesta, la autodenominada “no Primera Dama”, volvió a escena… pero no entre los escombros del oriente, sino en el Instituto Superior de Arte (ISA), en La Habana, para hablar de turismo y cultura.
La Universidad de las Artes anunció en su página oficial de Facebook la participación de Cuesta en el evento “Experiencias innovadoras en gestión de eventos y turismo cultural”, donde la esposa de Díaz-Canel presentó proyectos como la Quinta de los Molinos, el Festival PaCuba y “Baila en Cuba”, con un enfoque en alianzas y sostenibilidad.
Una aparición fuera de lugar
El regreso público de Lis Cuesta no sorprende, pero sí indigna. Durante los días más críticos del huracán, desapareció por completo del mapa, sin pronunciar una palabra sobre los damnificados ni acompañar a su esposo en los recorridos por las zonas destruidas.
Eso sí, cuando se trata de viajes internacionales, Lis siempre está al lado de Canel, luciendo atuendos de lujo que contrastan con la pobreza que ahoga a millones de cubanos. Mientras el pueblo sobrevive entre apagones, colas y techos caídos, ella se pasea por los salones del ISA hablando de “turismo cultural” en un país donde ya ni el pan ni la electricidad están garantizados.
La ausencia que dice más que mil discursos
En cualquier nación normal, la esposa del jefe de Estado —sea o no primera dama de manera oficial— suele estar en primera línea cuando ocurre una tragedia. Se les ve organizando campañas solidarias, visitando hospitales o coordinando ayuda humanitaria.
Pero Lis Cuesta brilló por su ausencia. Ni una foto, ni un mensaje, ni una visita simbólica a las zonas de desastre. Mientras otras mujeres cubanas, desde emprendedoras hasta líderes de organizaciones independientes, viajaron al oriente para llevar donaciones o consolar a los damnificados, la señora de Canel prefirió el aire acondicionado del ISA y los debates sobre “sostenibilidad turística”.
La Cuba del contraste
Resulta casi grotesco que, en medio del caos que dejó el huracán, Lis Cuesta reaparezca promoviendo un proyecto llamado “Baila en Cuba”. Porque sí, la propaganda del régimen quiere que el mundo siga viendo a Cuba como el paraíso del son, del ron y de la alegría eterna… aunque por dentro el país se esté cayendo a pedazos.
Mientras los niños orientales duermen bajo lonas y los ancianos hacen colas para un pedazo de pan, la esposa del gobernante se dedica a impulsar “la danza como motor del turismo”. Y así, entre coreografías y discursos, La Cuesta demuestra una vez más que vive en una burbuja de privilegios, tan lejos del dolor del pueblo como los trajes que usa en sus viajes al extranjero.
En la Cuba del desastre, ella prefiere hablar de baile. Porque en el escenario del poder castrista, la coreografía siempre importa más que la realidad.










