Sandro Castro, nieto del exdictador Fidel, ha vuelto a encender la polémica con el cierre de su miniserie El Hoyo (capítulo 3, “La Resurrección”), en el que mezcla teatralidad extrema, autoexaltación y un mensaje con tintes políticos y sociales que pocos saben cómo tomar.
En este episodio, Castro se coloca en el papel de mesías, declarando: “Tengo mucha resaca cristiana, las oraciones de tantas personas me han traído hasta aquí… Oh Vampirash, ¿de qué manera? ¿De qué forma?… Necesito revivirte, porque tú eres el elegido. En todo el poder que tengo y del universo, yo Dios, te revivo, porque eres el elegido”. La escena es un despliegue de hipérbole religiosa, con un aura de salvador que él mismo construye y que roza lo absurdo. Su destinatario es “Vampirash”, personaje-símbolo que Castro eleva de entre los muertos para convertirlo en “el elegido”, fusionando mito, espectáculo y egolatría.
Pero la cosa no se queda en lo místico. Luego, el discurso da un giro hacia lo social y lo político: “Queridos seres humanos de nuestro planeta Tierra, debemos estar equiparadamente en nuestros derechos y deberes, unidos, sin mirar razas ni clases sociales… Cesemos un poco a la ambición, a nuestro egoísmo… respetemos un mundo en el que todos podamos cumplir nuestros deseos…”. Aquí intenta mostrarse como portavoz de igualdad y libertad, un defensor de un mundo ideal donde la tecnología y los recursos se usan “para el bien”. La contradicción salta a la vista: un descendiente de la élite cubana hablando de unidad, justicia y modestia mientras vive rodeado de privilegios.
No podía faltar la ironía hacia la ostentación material, una postura curiosamente autocrítica viniendo de alguien que exhibe lujo constante en sus redes: “¿Para qué deseas una casa grande, cuando al final siempre duermes en la misma habitación? ¿Qué diferencia está en que tengas el coche del último año, cuando lo que te hace sentir bien es llevar tu mascota a hacer las necesidades?” Con esta mezcla de humor, lecciones de vida y autoindulgencia, Castro intenta cerrar su mensaje invitando a “estar más unidos que nunca… con paso firme, corazón valiente y mente fría”.
El análisis del discurso revela varias cosas: al proclamarse “Dios” y resucitar a su alter ego “Vampirash”, Sandro despliega una teatralidad mesiánica difícil de separar de su linaje político privilegiado, recordando que, detrás del espectáculo y la exageración, subyace la comodidad y el poder de un apellido que ha definido la historia de Cuba. Lo que para muchos es un acto creativo y surrealista, para otros no deja de ser un recordatorio del desfase entre la retórica y la realidad, entre un discurso moralizante y la vida de privilegio que Castro ha heredado.







