Mientras los noticieros repiten cifras tranquilizadoras sobre los casos de arbovirosis, las funerarias cuentan una historia distinta, mucho más inquietante. Un recorrido por varias salas de velatorio en La Habana revela un patrón que desmiente el discurso oficial de “control epidemiológico”.
En Guanabacoa, la funeraria Bertematti, entre Máximo Gómez y Maceo, tenía todas sus capillas ocupadas, algo poco común. Afuera, familias esperaban su turno para despedir a sus seres queridos. Nadie puede asegurar que los fallecidos hayan muerto por un virus específico, pero los síntomas que la gente relata —“gelatina”, “sopa”, “fiebres”, “se deshidrató”, “los dolores no lo dejaron”— apuntan claramente a enfermedades transmitidas por mosquitos, reconocidas por la población que ya sabe identificarlas.
Situaciones similares se registran en la funeraria de San Miguel del Padrón y en la de Regla, donde incluso se vio a una doctora con mascarilla, señal de que existe un protocolo sanitario que los medios oficiales omiten. Como comenta un custodio del cementerio de Regla: “Ven un muerto y ya creen que es el virus”, reflejando el temor colectivo basado en la experiencia diaria y en la desconfianza hacia las autoridades sanitarias.
La falta de información oficial agrava la incertidumbre. Aunque los certificados de defunción suelen registrar enfermedades crónicas como diabetes o cardiopatías, rara vez mencionan la causa viral, lo que maquilla las estadísticas. Una doctora consultada por 14ymedio aclara: el dengue puede causar shock y muerte, el virus puede generar encefalitis o miocarditis, pero el registro en urgencias es fragmentado y solo en teoría se controla desde Atención Primaria.
El miedo no es exclusivo de los adultos. Los síntomas en los menores son percibidos como más agresivos, y familias enteras viven con ansiedad. Yolanda, de 22 años, que enfermó hace un mes, relata que sigue con mareos y agotamiento y que en el círculo infantil hay pánico entre los padres.
En las provincias orientales, la situación es aún más grave. En Guantánamo, una funeraria reportó 27 fallecimientos en un solo día tras el paso del huracán Melissa, un indicador del colapso sanitario y de la falta de higiene que afecta a la región.
El panorama nacional es claro: los hospitales están saturados, las funerarias trabajan al límite, las condiciones sanitarias son deplorables y la población ha perdido la confianza en las instituciones de salud. El virus, sea dengue, chikungunya u otro cuadro mixto, se ha convertido en un detonante social del miedo, mientras el régimen insiste en minimizar la crisis y controlar la narrativa oficial.
En Cuba, la realidad que se vive en las funerarias y en los barrios contrasta dramáticamente con los comunicados oficiales: los números, el dolor y la incertidumbre son mucho mayores de lo que el gobierno admite.










