La frase que más duele es también la más simple: “Yo no quiero nada, yo lo único que quiero es comida para los niños”. Así respondió una joven madre de Cacocum, en Holguín, después de ver cómo el huracán Melissa le arrancó la vida entera y el Estado, una vez más, le dio la espalda.
El testimonio salió a la luz gracias al activista Noly Blak, que anda metido en los caminos llenos de fango y dolor del oriente cubano, mostrando lo que los medios oficiales se pasan la vida maquillando. Su video en TikTok deja ver a la mujer con cuatro niños pequeños, todos igual de perdidos, igual de desamparados, igual de cubanos.
La muchacha apenas puede hablar del cansancio y el disgusto. Cuando el activista le pregunta qué necesita, ella ni piensa en muebles ni en ropa ni en materiales de construcción. Solo pide comida, lo más básico, lo que cualquier gobierno decente se apresuraría a garantizar después de un desastre natural. Pero en Cuba ya sabemos cómo funciona la cosa: mucha palabra en la televisión, cero respuesta en el barrio.
Cuenta que su casita en Peralta quedó reducida a leña. El huracán no perdonó nada. El agua entró, subió, se llevó colchones, pertenencias y lo poquito que tenía. Lo más triste es que ni siquiera fue evacuada; nadie del Estado se dignó a tocar su puerta para asegurarse de que ella y sus hijos estuvieran vivos. Una familia entera abandonada a la buena de Dios.
Mientras tanto, la prensa oficial anda entretenida hablando de “acciones de recuperación”, de reuniones, de orientaciones y de ese teatro aburrido que ya nadie se cree. Pero la realidad en Holguín, Granma, Las Tunas y Santiago es otra: casas destruidas, caminos perdidos, cultivos arrasados y cientos de familias viviendo en condiciones que rayan en lo inhumano.
El huracán Melissa arrasó con el oriente cubano, pero el régimen terminó de rematar a los más vulnerables con su indiferencia. Testimonios como el de esta joven madre dejan claro que en Cuba la gente no espera milagros: espera comida, techo y un mínimo de dignidad, tres cosas que el gobierno hace años dejó de garantizar.
Y mientras no aparezca ayuda real, mientras sigan los discursos vacíos, estas madres seguirán repitiendo la misma frase que rompe el alma: “Yo no quiero nada, yo lo único que quiero es comida para los niños”.










