Cayo Santa María volverá a convertirse en una burbuja de lujo entre el 30 de diciembre y el 2 de enero. Allí, lejos del apagón, del hambre y del desastre que dejó Melissa, el régimen prepara el Cayotonazo 2025, un fiestón que promete “energía renovada” para despedir el año. Esa frase, repetida en la propaganda de Gaviota, suena casi como una burla para un país que cierra diciembre sin energía ni para mantener encendidos los hospitales.
Mientras el oriente cubano sigue a oscuras y muchas familias sobreviven entre escombros, apagones de 12 horas y colas interminables para conseguir un paquete de galletas, el conglomerado militar GAESA vuelve a sacar brillo a su enclave turístico más exclusivo. Una postal de Cuba que solo existe para los de afuera y para los bolsillos bien conectados con el poder.
En medio de esa desconexión absoluta, Gaviota Tours insiste en vender el Cayotonazo como “una despedida auténticamente cubana”. Pero no hay nada de auténtico en un festival que se monta sobre un país quebrado, donde a la gente se le va la vida esperando que regrese la luz o que aparezca un litro de aceite. Mientras tanto, en el cayo habrá música en vivo, champán frío y fiestas a todo volumen como si la Isla no estuviera partiéndose por la mitad.
El programa del evento es una vitrina de artistas populares, desde Alexander Abreu y Havana D’Primera hasta Charly & Johayron y Yomil. Conciertos, desfiles inspirados en las Parrandas de Remedios, cena de gala y fuegos artificiales justo a medianoche. Todo diseñado para que la élite turística brinde bajo el cielo iluminado, mientras la otra Cuba cena pan con lo que aparezca y reza para que no se vaya el poco voltaje que queda.
Las entradas a los conciertos cuestan entre 30 y 50 dólares por noche, un lujo impagable para cualquier cubano común que hoy no puede ni soñar con reunir esa cantidad. Los paquetes hoteleros trepan por encima de los 400 dólares por persona, y ni siquiera incluyen el transporte hasta el cayo. Es un festival para una minoría privilegiada, en un país donde conseguir un jabón ya es victoria.
Gaviota vende la idea de que “la última noche del año será memorable con una cena llena de sabor cubano”. Y sí, será memorable. Pero la verdadera memoria del cubano de a pie será la de un fin de año entre apagones, inflación, comida contada y barrios enteros esperando por los techos que se llevó Melissa. La brecha es tan obscena que muchos ya se preguntan si la “energía” que promete el Cayotonazo es la misma que le falta a los hospitales, a las escuelas y a los hogares que viven entre sombras.
El Cayotonazo tampoco es nuevo. El año pasado el régimen lo presentó como la gran apuesta para “revitalizar el turismo” en medio del derrumbe económico. Buena Vista Social Club, Los Van Van, El Micha… música de lujo para acompañar un fracaso turístico monumental que cerró 2024 sin cumplir metas ni levantar vuelo. La fiesta fue “mágica”, según el Ministerio de Turismo, aunque el país estaba hundido en una crisis que ni la magia más grande podría disimular.
Ahora la historia se repite, pero el país está peor. La gente llega al fin de año agotada, enferma, sin recursos, sin luz, sin futuro visible. Y mientras tanto, allá lejos, en esa Cuba paralela, se prepara un festival que celebra todo lo que la Isla dejó de ser.
Es el retrato perfecto de la doble realidad que impone el régimen: una Cuba que baila sobre arena dorada y otra que, en penumbras, espera que la corriente regrese para recibir un 2026 que promete ser igual de duro. O peor.







