Cuando un huracán arrasa por el oriente de Cuba, lo primero que queda al descubierto es la vulnerabilidad de miles de familias. Pero también, y por suerte, sale a relucir la solidaridad. Eso fue exactamente lo que ocurrió en Santiago de Cuba tras el paso del huracán Melissa, donde Cáritas volvió a ponerse las botas y a salir a la calle para aliviar, aunque sea un poco, el golpe que dejó este fenómeno. La organización distribuyó alimentos y productos de higiene entre los damnificados, y la magnitud de la ayuda demuestra que, cuando el Estado se queda corto, la Iglesia se mueve rápido.
La entrega de estos recursos no fue improvisada. Cáritas Santiago de Cuba organizó toda la operación a través de sus parroquias y la Oficina Diocesana, demostrando una vez más que su estructura comunitaria marca la diferencia en situaciones de emergencia. Mientras muchas instituciones estaban todavía evaluando daños, las parroquias ya estaban con las manos en la masa, literalmente.
La noticia se dio a conocer en la página oficial del Arzobispado de Santiago de Cuba, donde se explicó que esta distribución formó parte de una respuesta inmediata, diseñada para actuar desde el primer momento en que el huracán dejó su estela de destrucción. Y vaya que lo lograron.
“El preposicionamiento de recursos nos permitió ofrecer ayuda desde el mismo día 28”, señaló Ana María Piñol Navarrete, directora de Cáritas diocesana. Esa palabrita, “preposicionamiento”, puede sonar técnica, pero en la práctica significa que antes de que llegara Melissa ya tenían recursos listos para salir en cuanto terminara el viento.
Los números hablan solos: se entregaron 4,492 raciones de alimentos, 50 kilogramos de detergente y más de 400 jabones a las familias afectadas. Además, la Parroquia del Cobre —una de las zonas más golpeadas por el ciclón— incrementó su servicio a 1,300 raciones diarias, apoyada nada menos que por 29 Casas de Misión. Esto no es ayuda simbólica; es una operación completa.
El informe también resaltó que, gracias a la preparación previa, Cáritas pudo mantener activos sus servicios incluso en lugares complicadísimos como La Gran Piedra, donde los deslizamientos de tierra y las lluvias dejaron aisladas a varias familias. Allí, donde casi nadie llega, aparecieron los voluntarios con comida y productos de higiene.
Pero la cosa no terminó ahí. La ayuda también vino de fuera, con donativos internacionales que ampliaron el alcance de la acción. Katapulk benefició a 250 familias; World Central Kitchen envió más de 1,000 módulos de alimentos y 350 ollas “reina”; y Mandao destinó su donativo a la comunidad de Sant’Egidio para atender a personas sin hogar. Un esfuerzo conjunto que demuestra que la solidaridad no tiene fronteras.
“Damos gracias a Dios por el regalo de la fe y de tantos hermanos que materializan su ayuda”, expresó Piñol, quien además reconoció el apoyo del arzobispo Dionisio García Ibáñez, encargado de orientar la ampliación de los servicios en los territorios más afectados.
Y mientras tanto, al otro lado del tablero, el régimen continúa con su tradicional lentitud burocrática, especialmente en las provincias orientales. Mientras las instituciones oficiales se pierden en papeles y reuniones, la Iglesia Católica se mueve en el terreno, con voluntarios, parroquias y comedores que atienden las necesidades reales de quienes lo han perdido casi todo.










