El gobierno cubano volvió a hacer lo que mejor sabe: prometer reformas económicas que jamás llegan. Después de un año entero anunciando a bombo y platillo la famosa “tasa de cambio flotante”, el régimen confirmó el 13 de noviembre que no habrá nada antes de que cierre 2025. O sea, otra cortina de humo para ganar tiempo mientras la economía se hunde.
Todo empezó en diciembre de 2024, cuando Manuel Marrero soltó en la Asamblea Nacional que Cuba iba por fin a abrirse a un mercado cambiario regulado por oferta y demanda. Aquello movió las aguas del mercado informal, donde la gente sí cree en lo que de verdad tiene valor. Pero como era de esperar, la “nueva era” se quedó en palabras.
En febrero de 2025, el Consejo de Ministros dijo que el plan ya estaba aprobado y que la tasa flotante iba a acabar con el oficialismo absurdo del 1×120, un tipo de cambio muerto que ni el propio Estado usa porque no tiene dólares para vender. Parecía que, por una vez, iban a hacer algo mínimamente lógico.
En julio, Marrero volvió a hablar del tema y le puso fecha a la implementación: algún momento del segundo semestre de 2025. Los más optimistas se ilusionaron. Los que conocen bien al régimen sabían que era cuento.
Y así fue. Ahora, en noviembre, dijeron que no. Que la tasa flotante se pospone hasta 2026. Que necesitan “más tiempo” para reimpulsar la economía. Que están “trabajando”. La misma muela de siempre.
Mientras tanto, el dólar sigue trepando por las nubes. En el mercado informal ya se mueve sobre los 465 CUP y los economistas de elTOQUE calculan que antes de que termine noviembre podría tocar los 490 CUP. Es una carrera sin frenos que está estrangulando a las Mipymes, a los trabajadores privados y a cualquiera que necesite divisas para sobrevivir.
El panorama cambiario es un chiste malo. La tasa oficial sigue en 1×120. Las empresas estatales operan con 1×25, como si Cuba viviera en otro planeta. Algunos hoteles aplican 1×370, a su antojo. Y la calle, que es la que manda, marca el paso real con precios que suben cada día.
El gobierno dice que su nuevo “programa de reimpulso económico” tiene metas serias: controlar el déficit fiscal, bajar la inflación, aumentar exportaciones y hasta arreglar la agricultura. Suena precioso en el papel. El problema es que no hay dinero, no hay inversión, no hay producción y no hay confianza. Así lo han dicho economistas como Pedro Monreal y Mauricio de Miranda, que no se tragan el discurso oficial.
Pavel Vidal, desde la Universidad Javeriana de Cali, lo resumió sin adornos: una tasa flotante solo funciona con transparencia, reglas claras y un Banco Central capaz de manejar la volatilidad. Ninguna de esas condiciones existe hoy en Cuba. Y por eso el régimen se asustó, pateó la lata y dejó a los cubanos con un peso que se deshace entre las manos.
Al final, el mensaje es el mismo de siempre. Prometen cambios para contener el caos, pero cuando llega la hora de actuar retroceden, dejan la economía a la deriva y condenan a la población a seguir lidiando con un mercado informal descontrolado. Cuba sigue atrapada en su propio ciclo de promesas incumplidas y un CUP cada vez más inútil.







