Una fuente cercana al caso asegura que el exministro de Economía de Cuba, Alejandro Gil, ha sido víctima de torturas durante su estancia en prisión. Según ese testimonio, Gil llegó al juicio “en un estado precario”, casi sin poder sostenerse y con dificultades para articular frases coherentes, un cuadro típico de alguien sometido a maltrato físico o psicológico en una cárcel cubana.
El juicio terminó este jueves, pero quedó inconcluso porque el juez no dictó sentencia. Esa jugada, tan vieja como el propio régimen, apunta a que la condena ya está firmada por adelantado, solo pendiente del teatro final. Todo indica que podrían estar preparándole una cadena perpetua, un castigo ejemplarizante para demostrar que incluso los suyos pueden ser triturados cuando conviene.
La familia de Gil, desde el mismo día de su arresto, confiaba en que lo soltarían como ha pasado antes con otros peces gordos del aparato. Pero esta vez el régimen no le ha tirado el salvavidas. Al contrario, lo estarían dejando caer con todo el peso, y en condiciones que rozan lo inhumanas.
La fuente confirma que Gil se veía extremadamente deteriorado, demacrado y desorientado. Apenas lograba mantenerse de pie. No es el rostro altivo y disciplinado que durante años el régimen mostró como ejemplo de “cuadro confiable”. Es la imagen de alguien que ha pasado por el molino represivo que tantos cubanos conocen demasiado bien.
Todavía no se ha filtrado todo lo que ocurrió dentro de la sala, pero lo poco que ya está saliendo pinta un cuadro oscuro y brutal. Habrá más detalles, y cuando salgan, podrían destapar un capítulo aún más turbio de esta caída en desgracia.
