A orillas del río Cubanicay andan formando un muro de contención y moviendo cielo y tierra para “proteger” los viejos vagones del Tren Blindado en Santa Clara. Unos hierros que se han oxidado más que la propia credibilidad del Partido, pero que ahora reciben un tratamiento casi sagrado, como si fueran la piedra angular de la nación.
Mientras en Baracoa, Maisí, Moa y todo el oriente los cubanos siguen durmiendo bajo techos rotos —cuando tienen techo— y tratando de convencer a las autoridades de que no pueden reconstruir sus vidas pagando precios inflados por agua, colchones y materiales, en Villa Clara el régimen abre la billetera sin temblarle la mano. Ahí sí hay cemento, acero, pintura y brigadas de sobra.
El museo del Tren Blindado, según cuentan sus directivos, está en plena “restauración y modernización”, con fuerzas de Electromecánica, la Constructora Militar, la Fábrica de Traviesas y toda una retahíla de instituciones movilizadas para “preservar el patrimonio histórico”. Y todo con vistas a un gran aniversario en 2026, donde, según ellos, “se probó el valor de las cubanas y los cubanos”.
Hoy, donde realmente se pone a prueba el valor del cubano es en el oriente, en esas comunidades arrasadas por el huracán Melissa, donde el pueblo enfrenta la miseria con las manos vacías mientras el Estado les cobra cada clavo, cada saco de cemento y hasta el colchón donde intentan dormir sin mojarse. Esa es la verdadera acción heroica: sobrevivir al abandono institucional.
En el artículo oficial se habla con orgullo del muro que construyen para que el río no se lleve los vagones. Pero nadie menciona los ríos de dolor que siguen arrasando la vida de miles de familias que perdieron sus casas y que no tienen un muro que las proteja del abuso, la indiferencia y el oportunismo estatal. Para el régimen, la prioridad no es el ser humano, sino el relato histórico que les conviene mantener vivo.
Es grotesco ver cómo despliegan recursos, brigadas y tecnologías para rescatar un trozo de chatarra militar, mientras en la otra punta de la isla la gente recoge lo poco que les queda del suelo embarrado. Un museo recibe más atención que un hogar destruido. Un vagón oxidado vale más que una familia.
Todo este show de “revitalización histórica” no es más que propaganda. Una forma de distraer, de tapar el desastre humanitario del oriente con una obra que solo demuestra dónde están realmente sus prioridades: no en el pueblo, sino en el mito.
El huracán Melissa dejó a miles en la calle. Y en vez de movilizar al país para levantar casas, asegurar alimentos y garantizar materiales gratuitos a quienes perdieron todo, el régimen prefiere restaurar un monumento que ni comida da, ni techo, ni esperanza. Es el perfecto símbolo de lo que son: un gobierno ocupado en conservar ruinas, mientras deja que su gente se hunda.
Los vagones tendrán su muro. Las familias cubanas siguen sin el suyo. Y es difícil encontrar una metáfora más exacta del país.







