Una enfermera y su familia abandonadas a solo metros de las donaciones que nunca llegan tras el paso del huracán Melissa

Redacción

En el kilómetro 1 de la Carretera de Mar Verde, justo frente al puerto de “Los Chinos”, late una tragedia que el régimen prefiere mantener enterrada. Allí vive Lizandra Estrada Mustelier, una enfermera de 33 años que carga con dos hijos pequeños y una madre enferma. Una mujer que ha dedicado su vida a salvar gente, pero que hoy siente que nadie quiere salvarla a ella.

Lizandra quedó prácticamente en la calle. El río que pasa frente a su vivienda se salió con una fuerza brutal durante el huracán y arrasó con todo lo que encontró a su paso. El agua entró a la casa como un monstruo desatado y se llevó muebles, ropa, electrodomésticos y hasta la tranquilidad. Para rematar, una mata de mango enorme cayó encima del techo y terminó de destrozar lo poco que todavía quedaba en pie.

En esa zona, todo es ruina. Casas desplomadas, madres con niños pequeños tratando de sobrevivir entre escombros, ancianos que ya no tienen dónde dormir y familias enteras que perdieron cada una de sus pertenencias. Es un paisaje triste, desbordado de dolor, y aun así las autoridades brillan por su ausencia.

Ni un delegado. Ni un cuadro del Partido. Ni una visita simbólica del Gobierno para hacerse la foto. No tienen luz. No han recibido agua, comida, ni colchones, ni nada que se parezca a ayuda institucional. Nada.

La parte más insultante es que, a unos metros, en el mismo puerto de “Los Chinos”, se descargan donaciones que supuestamente vienen para “el pueblo”. Camiones entrando y saliendo, gente acreditada moviendo cajas… y ni uno solo se digna a voltear la mirada hacia el camino donde las familias esperan, con la casa en ruinas y el corazón en la mano, que alguien las tenga en cuenta.

Cuando Lizandra trató de explicar su situación en su centro de trabajo, lo único que recibió fue la “generosa” propuesta de darle una licencia sin sueldo. Ese es el trato que el sistema le da a una enfermera que tantas veces ha amanecido de guardia velando por otros. Su tragedia, para las instituciones, es un simple trámite incómodo.

Vecinos y compañeros de trabajo han sido quienes han puesto el pecho. La gente común y corriente, el cubano de a pie, ha sido quien ha cargado con la responsabilidad que debería asumir el Estado. Pero muchos tienen miedo de denunciar. Temen represalias, temen ser marcados, temen lo que en Cuba siempre se teme: que quejarse salga más caro que callar.

Lizandra necesita ayuda urgente. Sus hijos, su madre y todas las familias del km 1 de Mar Verde viven en un abandono total que avergüenza a cualquiera con un mínimo de humanidad. El pueblo vuelve a ser más solidario que las autoridades, como casi siempre en esta isla. Pero el peso de estas tragedias no puede seguir cayendo solo en manos del pueblo.

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