La Habana acaba de celebrar un año más de historia, música y fotos bonitas para las redes… pero detrás de los festejos, hay una realidad que se clava como una espina: la capital está viviendo entre basura, olores y montañas de desperdicios que parecen multiplicarse más rápido que las celebraciones oficiales. La Habana de feria… sí. Pero también una Habana que huele a abandono.
Uno de los ejemplos más comentados por los propios habaneros es la Feria del parque de la Normal. Lo que debería ser un espacio animado, lleno de gente comprando y disfrutando, se ha convertido en un pequeño basurero al aire libre. Alrededor de los kioscos donde se venden productos alimentarios, se acumulan bolsas, cajas, restos de comida y todo tipo de desperdicios que esperan, con infinita paciencia, la llegada de camiones que casi nunca aparecen. La postal habla por sí sola.
Y si uno se asoma a los comentarios de los vecinos, el sentimiento es el mismo: cansancio, frustración y una mezcla amarga de ironía con tristeza. “La Ciudad Maravilla se cacareó mucho tiempo. Ahora es la ciudad basura”, soltó una usuaria, con la sinceridad que ya caracteriza a la calle cubana. Otro vecino agregó: “La basura que nos acompaña en todos lados”, como quien ya normalizó lo que jamás debería ser normal.
Pero el problema no es solo visual. No es únicamente que la ciudad pierda su encanto. Es un asunto serio de salud pública. La combinación de moscas, mal olor, restos orgánicos y montañas de desechos convierte parques y esquinas en criaderos de enfermedades. Y lo más doloroso es que muchos de esos lugares están cerca de escuelas, centros de trabajo y hasta zonas frecuentadas por turistas. El contraste entre la propaganda de una “ciudad sostenible e inteligente” y la realidad callejera es simplemente demoledor. Y entonces surge la pregunta inevitable: ¿dónde están los inspectores de higiene? ¿Existe algún plan real o seguimos a la deriva?
Entre la indignación, también aparece la nostalgia. Los habaneros recuerdan con cariño esa ciudad que brillaba por su vida nocturna, sus parques cuidados y sus calles listas para caminar sin miedo a pisar un vertedero improvisado. Aquella Habana parece cada vez más lejana, borrada por la desidia y la falta de soluciones.
Aun así, no todo está perdido. La gente está hablando, denunciando, mostrando, recordando. Las redes sociales se han llenado de fotografías, quejas y propuestas. Y aunque parezca poco, esa participación muestra algo clave: los habaneros no quieren renunciar a su ciudad. Quieren recuperarla, defenderla, cuidarla. Porque La Habana no es solo edificios viejos ni fiestas por compromiso; es hogar, es memoria, es orgullo.
Así que la pregunta queda en el aire, más urgente que nunca: ¿hasta cuándo conviviremos con la basura mientras celebramos aniversarios? ¿Qué podemos hacer como comunidad para exigir, proponer y transformar? La conversación está servida… y cada voz importa.







