Mayarí volvió a gritar lo que el régimen intenta esconder: la gente en Holguín está sobreviviendo entre el fango, el miedo y la desidia oficial

Redacción

Mayarí volvió a gritar lo que el régimen intenta esconder: la gente en Holguín está sobreviviendo entre el fango, el miedo y la desidia oficial. Las lluvias recientes remataron a comunidades que todavía estaban tratando de levantarse después del golpe del huracán Melissa. Y mientras en la televisión repiten el cuento de que “todo está bajo control”, en Yaguabo, Mayarí y otras zonas rurales la vida se ha vuelto una ruleta rusa.

Las casas están tan destruidas que ya ni se parecen a hogares. Se ven pisos hundidos, paredes arrancadas por el río y colchones que ya no son colchones, sino pedazos de esponja húmeda que apenas sirven para no dormir sobre el barro. Una anciana, que se mueve con un bastón entre huecos abiertos en el piso, contó cómo se desplomó en uno de esos boquetes que dejó el agua al colarse como cuchilla por debajo de la vivienda. Lo rellenaron “como se pudo”, con tierra y trozos de zinc, pero aquello es una trampa mortal, sobre todo de noche, cuando ni la linterna más fiel alcanza para evitar los bordes filosos.

En esa casa vivían madre e hija, cada una con su cama. Hoy queda solo un colchón salvado a medias, hundido y mojado. El otro lo desbarató por completo la corriente. Para sentarse sin clavarse los resortes, han tenido que poner tablas y pedazos de tela encima, porque el descanso ya no es descanso, sino resistencia.

El río llegó sin pedir permiso. “Esto estaba cerrado… el río, al crecer, al no tener por dónde salir, viene para atrás y hace el hueco ahí”, cuenta la dueña. El grupo de La Familia Cubana describe el lugar como una casa “súper afectada”, prácticamente sobre el borde del cauce, un borde que ya no existe porque el agua se lo tragó.

En los alrededores, vecinos relatan cómo ramas de árboles les han caído encima a varias personas. Siguen vivos, sí, pero la suerte tiene un límite. Entre el barro y el olor a humedad, los donativos de comida y artículos básicos llegan como alivio momentáneo, gotas de humanidad en medio del abandono institucional.

Mientras tanto, la prensa oficial se dedica a repetir cifras y triunfalismos vacíos. Que si 109 milímetros de lluvia, que si los embalses están “en buen estado técnico”, que si más de 11.000 clientes siguen “con servicio estable” en Sagua de Tánamo. La realidad es otra: evacuaciones a la carrera, casas destruidas, familias durmiendo en colchones mojados y niños con los pies metidos en el lodo porque no hay de otra.

En esa misma zona continúan moviendo a los habitantes de las partes bajas por las crecidas de los ríos, especialmente en Sagua y Moa. Esas comunidades ya venían arrastrando las heridas del huracán Melissa, y ahora las lluvias rematan lo que quedaba. Hace unos días, los ríos Sagua y Cabañas se desbordaron y obligaron a evacuar a cientos de familias. Es el mismo cuento de siempre: naturaleza desatada, pueblo desprotegido y un Estado que solo aparece para la foto.

El contraste duele: mientras el régimen maquilla su incompetencia con partes oficiales y frases hechas, las familias de Mayarí continúan viviendo a escasos metros de un río que cada noche amenaza con llevarse lo poco que sobrevivió. Siguen moviéndose entre pisos rotos, colchones húmedos y paredes que ya no existen, sin garantías, sin apoyo real y sin la más mínima seguridad. Esto es Cuba hoy: gente viviendo bajo las estrellas, pero no por romanticismo, sino porque el Estado los dejó sin techo y sin esperanza.

Habilitar notificaciones OK Más adelante