El paso de Melissa dejó un paisaje de ruina en el oriente cubano, pero a Manuel Marrero se le ocurrió aterrizar en Cauto Cristo con una “solución” que cayó peor que un aguacero en techo de cartón. En pleno escenario de familias sin cama, sin comida y sin casa, el primer ministro propuso nada menos que “vender un poquito de viandas” a los damnificados. Así, con esa frescura.
Entre derrumbes, cultivos arrasados y gente durmiendo sobre nylon, Marrero llegó diciendo que al país están entrando donaciones. Pero inmediatamente reconoció lo evidente: el ciclón solo vino a rematar un país que ya estaba en candela. “Ya estábamos mal”, admitió, como si hiciera falta que lo dijera.
La propuesta para resolver la falta de alimentos dejó boquiabiertos a los presentes. En vez de hablar de distribución urgente o reservas de emergencia, Marrero soltó que se podía hacer una “caldosa” y que las viandas que están llegando se podrían vender en la comunidad. Vender. En plena zona devastada.
Los vecinos lo miraban con la misma cara que uno le pone a un vendedor de bodegón cuando anuncia nuevos “precios solidarios”.
Para tratar de suavizar aquello, el primer ministro prometió entregar ayuda económica a los casos más críticos, aunque no aclaró si será un aporte real o un préstamo disfrazado que después van a cobrar “por la izquierda”. Nadie le creyó mucho.
Los colchones, ese recurso básico para no dormir en el piso húmedo o sobre un pedazo de tabla, ocuparon buena parte del intercambio. Marrero preguntó quiénes habían recibido alguno, como si con eso pudiera limpiar la imagen del Gobierno después de la metida de pata monumental de Díaz-Canel, quien días antes le dijo a una mujer desesperada que no tenía cama: “Yo tampoco tengo para dártela ahora”. Ese video todavía anda caliente en todos los chats.
En Cauto Cristo los números hablan solos: 103 colchones cameros destruidos, 56 personales también. Hasta el miércoles apenas habían llegado 50 cameros y 26 personales. La mitad del municipio sigue durmiendo como si estuviera en campaña militar, pero sin botas, sin uniforme y, sobre todo, sin esperanza.
Más de 200 viviendas dañadas, 70 kilómetros de viales afectados, ganado perdido, cultivos desaparecidos. Y aun así, la entrega de recursos avanza a paso de tortuga asmática.
Dos semanas después del paso de Melissa, hay familias enteras que siguen esperando un colchón, un saco de comida o una simple tabla para tapar un hueco. En Granma, Holguín y Santiago la gente está sobreviviendo más por solidaridad entre vecinos que por cualquier acción estatal. Mientras tanto, el discurso oficial repite que “nadie quedará desamparado”, pero la realidad dice lo contrario.
El Gobierno promete “seguimiento permanente”, pero lo único permanente ha sido la improvisación y la falta de respuestas. Y entre gestos mediáticos, frases vagas y ocurrencias que parecen un chiste cruel, como la idea de vender viandas a gente que lo perdió todo, queda claro que la burocracia cubana vuelve a revelar su incapacidad para enfrentar la tragedia más básica.
Los damnificados no quieren discursos, ni caldosas, ni promesas de pasillo. Lo que piden es acción real en un país donde cada tormenta no solo tumba casas, sino también la poca fe que le queda a la población en unas instituciones que siempre, siempre, llegan tarde y hacen poco.







