Hace décadas que el dengue camina por Cuba como si fuera dueño del país. Y este año, para rematar, viene acompañado del chikungunya y el oropouche, mientras el Aedes aegypti sigue en su fiesta interminable porque nadie logra controlarlo.
En una entrevista reciente, el periodista oficialista Ricardo R. González habló con el especialista Wilfredo Castañeda López, quien destripó las razones por las que el dengue no deja de propagarse. Y lo que contó es, cuando menos, alarmante.
El jefe de Vigilancia Entomológica en Villa Clara explicó que el dengue es endémico porque el mosquito se adapta mejor que el propio gobierno. No hay control de los criaderos, no hay estabilidad en las fumigaciones y, para colmo, el insecto tiene la capacidad de nacer infectado. Un fenómeno aterrador conocido como transmisión vertical.
Según el experto, una hembra infestada puede pasar el virus a sus huevos, que luego llegan al estado adulto sin haber picado a nadie. Es decir, estamos rodeados de mosquitos “de fábrica” listos para transmitir dengue.
Castañeda también recordó que los huevos no se depositan en el agua, sino en la línea de flotación de tanques y recipientes, donde pueden sobrevivir más de un año en seco. Basta que vuelva el agua para que todo explote de nuevo. Y así, el ciclo no se detiene nunca.
Villa Clara está entre las provincias más castigadas, con más de mil focos detectados. Casi la mitad están en la cabecera provincial, un reflejo de lo que ocurre en el resto del país.
Las causas son un perfecto retrato de la crisis. Brigadas de control vectorial trabajando a media plantilla. La eterna falta de combustible que impide fumigar como se debe. Zonas llenas de basura y depósitos sin tapar. Y una población agotada que ya ni percibe el riesgo porque vive entre problemas mayores. A eso se suma la resistencia genética del mosquito, que deja inservibles los mismos plaguicidas usados una y otra vez.
En medio de la propaganda estatal, el propio especialista reconoció algo que desmonta todo el discurso triunfalista: solo se inspecciona entre el 40% y el 50% de las áreas urbanas. Lo demás queda librado a la suerte.
Mientras tanto, el Ministerio de Salud Pública admite una tasa de 20,66 casos sospechosos por cada cien mil habitantes. Y el chikungunya y el oropouche avanzan sin freno. La región entera vive un repunte, con casi cuatro millones de casos en América Latina, pero Cuba lo sufre con más gravedad por su sistema colapsado.
La crisis ha provocado que médicos pidan públicamente ayuda internacional. Hablan de hospitales sin insumos, sin reactivos, sin medicamentos básicos. Reclaman una intervención urgente porque el país no tiene capacidad estructural para enfrentar una epidemia de este tamaño.
Ante la presión, el gobierno anunció que producirá repelentes naturales como parte de un “plan emergente”. Una medida que suena más a parche que a solución real. Los especialistas la ven como otra respuesta tardía a un problema crónico que el régimen nunca ha querido asumir con seriedad.
El Aedes aegypti sigue fuera de control. El dengue también. Y lo que queda claro es que la crisis sanitaria no se resuelve con consignas ni con remedios improvisados. Se necesitan recursos, transparencia y un sistema que funcione. Cuba, lamentablemente, no tiene nada de eso.







