Las autoridades médicas cubanas volvieron a encender las alarmas. Esta vez, con una advertencia directa sobre el peligro del chikungunya en niños pequeños y embarazadas, dos grupos especialmente vulnerables ante una enfermedad que ya desborda a hospitales y policlínicos en todo el país.
Durante una conferencia transmitida por la Televisión Cubana, especialistas del MINSAP reconocieron que los lactantes menores de tres meses requieren una vigilancia extrema. La doctora Yamirka Montesinos explicó que la fiebre aparece de forma súbita, dura hasta 72 horas y es difícil de controlar, lo que provoca ansiedad en las familias y obliga a una atención médica urgente para evitar complicaciones.
En el caso de las embarazadas, la doctora Dayana Couto insistió en que cualquier fiebre debe ser atendida de inmediato, porque una demora puede tener consecuencias graves. Según la especialista, los hospitales supuestamente cuentan con salas preparadas para recibir a gestantes con síndrome febril, aunque la realidad en provincias demuestra algo muy distinto.
La viceministra de Salud Pública, Carilda Peña García, pintó un panorama tenso: todas las provincias reportan casos de chikungunya y dengue, con los mayores riesgos concentrados en Matanzas, Cienfuegos, La Habana, Pinar del Río y Guantánamo. Los índices de infestación del mosquito Aedes aegypti siguen disparados en Sancti Spíritus, Camagüey, Santiago de Cuba, La Habana y Villa Clara.
Hasta aquí, lo dicho oficialmente. Ahora, lo que vive la gente.
Mientras el discurso intenta sembrar calma, la realidad se impone a golpe de fiebre, mosquitos y hospitales colapsados. En varias provincias ya han fallecido menores. En otras, familias enteras están enfermas y denuncian que no hay medicamentos, no hay mosquiteros y no hay fumigación. Muchos centros de salud, sin recursos ni personal suficiente, no pueden con la marea de pacientes.
Guantánamo llegó al extremo de habilitar albergues para niños ante el aumento de casos febriles. La improvisación se ha vuelto norma. Donde antes había salas pediátricas, hoy hay espacios provisionales que intentan disfrazar un colapso evidente. Equipos insuficientes, falta de personal y largas esperas dejan claro que la situación está muy lejos del relato de control que venden los medios oficiales.
Mientras tanto, las familias sobreviven como pueden. Hay barrios donde la fumigación no pasa desde hace meses, comunidades que se sienten abandonadas y madres que peregrinan de policlínico en policlínico buscando un medicamento que, en la mayoría de los casos, no existe.
El gobierno insiste en que la situación está bajo control. Pero lo que se ve en los hospitales, en las calles y en los hogares cubanos demuestra lo contrario. El brote de chikungunya y dengue ha expuesto, una vez más, la fragilidad extrema del sistema de salud, incapaz de responder a un país que lidia con una emergencia sanitaria mientras las autoridades siguen apostando por discursos, no por soluciones.







