La historia salió de Guantánamo, pero el ruido ha llegado a toda Cuba. Las autoridades anunciaron que lograron desarticular una red nacional de estafadores que llevaba meses sacándole el jugo a la crisis con el viejo cuento de la compraventa de dólares.
Según los testimonios de varias víctimas, aquello no era un grupito improvisado, sino una banda bien aceitada que operaba como si fueran una startup del delito. De entrada, detuvieron a ocho personas, cinco hombres y tres mujeres, y lo curioso es que la mayoría ni siquiera eran de Guantánamo. Venían de La Habana, Villa Clara y Las Tunas, lo que demuestra que esta gente no viajaba por turismo: viajaban a trabajar… en lo suyo.
El cerebro local, un organizador residente en Guantánamo, les garantizaba alojamiento, contactos y todo lo necesario para moverse sin levantar sospechas. Gracias a él, la red circulaba tranquila desde julio, estafando gente por toda la ciudad.
En los operativos ocuparon más de 100 mil CUP, varios teléfonos, líneas usadas en redes sociales y otras pruebas que confirman que esta gente sabía perfectamente lo que hacía. Se calcula que la red logró estafar casi 6 millones de CUP y mil dólares. Un golpetazo que evidencia lo frágil que está la población en medio de la crisis y lo fácil que resulta caer en manos de estos buscavidas.
Lo más interesante —y lo más peligroso— era su método. Tenían un algoritmo de estafa tan pulido que parecían haber salido de un curso de ingeniería social. Primero pasaban horas monitoreando grupos de compraventa, esos mismos “Revolicos” de Facebook y WhatsApp donde medio país busca resolver. Una vez localizada la víctima ideal, usaban números temporales, las famosas “líneas fantasmas”, para que no los rastreara ni un perro policía.
Después venía la actuación. Muchos se hacían pasar por médicos, iyabós o ancianos indefensos, todo para activar la confianza de la víctima. Lo llamaban “el Golpe” o “la Rápida”, y vaya si les funcionaba.
El último acto era el escenario del fraude. Usaban casas previamente acondicionadas como teatros del engaño en zonas como Aguilera entre 1 y 2 Oeste, Varona y 8 Oeste, Beneficencia y Jesús del Sol, y el barrio El Bayamo. Una vez que dentro de la vivienda se ejecutaba el timo, el estafador salía por la puerta trasera como si nada, donde lo esperaba una motorina lista para escapar. Un pase de mano limpio y veloz, digno de película.
La operación policial puso fin, al menos por ahora, a este circuito delictivo. Pero deja un mensaje que nadie puede ignorar: en un país donde el hambre y la necesidad aprietan, las estafas se multiplican, los delincuentes se profesionalizan y la población queda cada vez más expuesta.
Y mientras el régimen se entretiene presumiendo “seguridad ciudadana”, la realidad es que el cubano de a pie anda inventándose mil maneras de sobrevivir… y cuidándose de que no lo vacíen en el intento.







