Ni para jugar ya alcanza. Cuba quedó fuera de la Copa del Caribe de Béisbol porque, según el presidente de la Federación Cubana, Juan Reinaldo Pérez Pardo, no hay dinero ni infraestructura para cumplir con los requisitos del torneo. Así, sin maquillaje, lo admitieron. Setenta dólares diarios por atleta es una cifra que el régimen no puede pagar, pero sí puede gastarse millones en desfiles, congresos y propaganda.
El béisbol, que fue orgullo nacional, vuelve a mostrar las costuras del derrumbe. Un país que presumió durante décadas de potencia deportiva, hoy ni siquiera puede inscribir un equipo en un torneo regional. Y el discurso oficial intenta vender normalidad, como si la debacle fuera culpa del destino y no del abandono y la incapacidad de quienes han destruido el deporte cubano.
Mientras tanto anuncian otros eventos a los que, en teoría, Cuba sí asistirá. Hablan de la Serie de las Américas en Panamá, de Ciego de Ávila en la Serie del Caribe en Venezuela, de la Liga de Campeones en abril. Pero detrás de cada anuncio hay la misma realidad: equipos diezmados, peloteros que se van, estadios en ruinas y un sistema deportivo sin recursos, sin planificación y sin futuro.
La noticia confirma lo que todo el mundo sabe. En Cuba ya no se pierde solo en el terreno. Se pierde historia, tradición, identidad y la pasión de un pueblo que convirtió el béisbol en religión. Lo que hoy queda es una sombrilla vacía: un deporte sin jugadores, sin incentivo, sin condiciones, sin país.







