El hallazgo de una botella de Coca-Cola de más de 70 años, todavía sellada y en perfecto estado, ha dejado asombrados a muchos cubanos dentro y fuera de la isla. La compartió en redes sociales el espirituano Yois Cárdenas, quien mostró el envase de cristal con su logo grabado y el color intacto del líquido original, como si el tiempo se hubiera detenido.
El dueño de esta reliquia es Carlos Manuel Triana Gómez, que la ha conservado como un tesoro personal durante décadas. En aquellos años, tomarse una Coca-Cola costaba 25 centavos. Era un lujo, pero también un pequeño placer cotidiano de la Cuba que existía antes de que el monopolio estatal lo absorbiera todo y borrara incluso las marcas de las paredes.
Cárdenas aseguró que la botella nunca se ha abierto y que quizás no exista otra igual en el país con su envase original. Es un pedazo de historia guardado en una estantería en Sancti Spíritus, lejos de vitrinas oficiales, pero cargado de memoria.
Esta botella no es solo nostalgia. Es una cápsula del tiempo que recuerda cómo vivían los cubanos antes de que el mercado desapareciera, antes de que “tomar refresco” dejara de ser elección y se convirtiera en rifa, cola interminable o simple ausencia.
No es la primera vez que el símbolo estadounidense se cuela entre los muros de la Cuba actual, desafiando el olvido impuesto. En 2024, salió a la luz un viejo anuncio de la marca todavía visible en una pared de Santa Clara, a pesar de los intentos de borrarlo. Ni la censura del Estado pudo con la pintura vieja.
Para miles de emigrados, la Coca-Cola se ha convertido en mucho más que un refresco. Es un símbolo emocional de ruptura, cambio y dolor, una forma concreta de mirar atrás sin quedarse atrapados en el pasado.
Una joven cubana radicada en Estados Unidos lo explicó con claridad. Dijo que “tomarse la Coca-Cola del olvido” no significa renunciar a Cuba, sino sobrevivir. Enfrentar trabajos duros, nuevas responsabilidades, aprender desde cero y vivir lejos de casa sin destruirse por dentro.
Otra emigrada, desde Brasil, confesó que después de casi una década fuera ya no extraña nada, porque logró lo que millones sueñan: reunir a su familia en libertad. Su reflexión conectó con miles que cargan esa culpa silenciosa por seguir adelante mientras su país sigue estancado.
En Uruguay, otro cubano recién llegado fue grabado tomando una Coca-Cola y llorando. Sentado en una cocina que no era suya, pero sí libre, dijo que nunca imaginó que esa bebida le provocara tanto. Para él, ese sorbo significó una sola cosa: su vida había cambiado para siempre.
La botella intacta en Sancti Spíritus no solo conserva gas. Conserva una verdad que el régimen no pudo tapar: hubo una Cuba donde la gente elegía qué tomar, qué comprar, qué soñar. Una Cuba que está enterrada, pero que a veces vuelve a la superficie para recordarnos que no todo fue apagones, colas y sobrevivencia.







