Doctor Durán habla abiertamente sobre la posibilidad de circulación del virus de la Fiebre del Nilo en Cuba

Redacción

En plena crisis sanitaria, cuando Cuba acumula fiebres, muertes repentinas y hospitales al borde del colapso, el doctor Francisco Durán García salió en la televisión estatal para asegurar que en la isla no existe ni un solo caso del virus de la Fiebre del Nilo Occidental. Con su tono habitual, el director nacional de Epidemiología del MINSAP declaró que “no se ha diagnosticado ningún caso” y que los laboratorios procesan cientos de muestras sin resultados positivos.

La explicación sonó convincente para la prensa oficial, pero dejó a muchos cubanos, dentro y fuera del país, con la ceja levantada. Porque las palabras del funcionario chocan frontalmente con un contexto epidemiológico oscuro, donde faltan estadísticas públicas, no existe vigilancia independiente y la población reporta síntomas que no encajan totalmente con el dengue ni el chikungunya.

Durán intentó restar importancia afirmando que el virus del Nilo tiene una sintomatología “menor”. Pero ese discurso fácil ya no cala en una ciudadanía cansada de versiones oficiales que siempre minimizan los problemas mientras la realidad los multiplica.

La negación llega en el peor momento. Medios internacionales reportaron recientemente el caso de una turista que habría mostrado síntomas compatibles con la infección tras visitar la isla. En cualquier sistema sanitario serio, eso bastaría para abrir una investigación. En Cuba, simplemente se negó todo, sin pruebas públicas y sin análisis independientes.

El problema es que la ciencia no respalda tanta seguridad. El Virus del Nilo Occidental circula desde hace años por el Caribe, con casos confirmados en Puerto Rico, Haití, Jamaica y República Dominicana. Y no se trata de especulaciones externas: Cuba ya tiene estudios que demuestran exposición previa al virus.

En 2006, especialistas del Instituto Pedro Kourí publicaron en Emerging Infectious Diseases la detección de anticuerpos en humanos y caballos en el centro del país. Otra investigación, en 2015, volvió a encontrar rastros serológicos compatibles con infección previa en Sancti Spíritus. Ninguno fue aislado clínicamente, pero eso es justamente lo que los epidemiólogos llaman circulación silente: el virus entra, se mueve, infecta, deja rastro… y nadie lo diagnostica.

Nada de esto es descabellado. Cuba mantiene un flujo constante de viajeros y misiones médicas con países africanos donde el virus es endémico. También existen cientos de estudiantes africanos residentes en albergues universitarios sin controles vectoriales reales. Y los mosquitos Culex, que transmiten el virus, abundan como arroz en zonas urbanas inundadas, con saneamiento mínimo y autoridades incapaces de controlar ni el Aedes, mucho menos otro género.

La Organización Panamericana de la Salud lleva años advirtiendo que el Virus del Nilo puede establecerse de forma permanente en el Caribe, favorecido por el cambio climático, la migración de aves y el descontrol ambiental. Durán no mencionó nada de eso. Se limitó a decir que en Cuba “no hay casos”, como si la epidemiología funcionara a golpe de decreto.

El discurso oficial parte de la misma lógica de siempre: si no se diagnostica, no existe. Pero sin pruebas moleculares, sin vigilancia entomológica sostenida, sin PCR y sin laboratorios independientes, negar solo aumenta la sospecha.

Mientras el gobierno habla de tranquilidad, las historias reales no cuadran. Médicos dentro y fuera del país reportan muertes rápidas en ancianos, deterioro súbito, fiebre alta, síntomas neurológicos y certificados de defunción maquillados como “muerte natural”. El doctor cubano exiliado Alexander Figueredo fue claro: no afirma que todos los casos sean Virus del Nilo, pero sí que existe la hipótesis médica seria, realista y compatible con lo que ocurre en el Caribe. Y sobre todo, que el Estado no investiga, oculta y culpa al bloqueo mientras manipula cifras para no espantar al turismo.

La Organización Mundial de la Salud señala que la mayoría de los infectados por el Virus del Nilo no presentan síntomas. Pero hasta un veinte por ciento desarrolla fiebre, vómitos, erupciones y dolores musculares, y un pequeño grupo puede sufrir meningitis, encefalitis o parálisis. Justo los cuadros graves que más se están viendo en la isla, sobre todo en ancianos, niños e inmunodeprimidos.

La realidad es incómoda para el régimen. Reconocer contagios exigiría admitir fallas de vigilancia, falta de recursos e incapacidad institucional para enfrentar otra epidemia. Más fácil negarlo todo en el Noticiero y confiar en que el mosquito no lea prensa internacional.

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