Japón volvió a salirle al paso a la crisis humanitaria que viven miles de cubanos tras el paso del huracán Melissa, enviando una nueva ayuda que, en la práctica, intenta tapar un hueco que el gobierno de la Isla no tiene cómo resolver. La embajada japonesa en La Habana confirmó que el donativo alcanza un millón de dólares en alimentos, gestionados junto al Programa Mundial de Alimentos como respuesta urgente al desastre.
Según la representación diplomática, el envío es una muestra de solidaridad y apoyo al pueblo cubano en un momento crítico. Queda bonito en el comunicado, pero también deja claro lo que muchos ya saben en la calle: si no fuera por la ayuda extranjera, hoy habría aún más familias pasando hambre mientras el Estado sigue contando historias de “recuperación organizada”.
El mensaje oficial de Japón expresó deseos de pronta recuperación y resaltó los lazos de amistad con Cuba ante eventos naturales. Sin embargo, el contraste es inevitable. De un lado, Tokio manda comida. Del otro, La Habana sigue hablando de planes y reuniones mientras los afectados continúan durmiendo en pisos mojados y cocinando con velas.
Este nuevo cargamento no es el primero. Hace poco también llegó otra donación japonesa valorada en 182 mil dólares, con purificadores de agua, colchonetas, mantas y tiendas de campaña. Ese envío fue recibido por funcionarios cubanos con su típica ceremonia diplomática, fotos y sonrisas para la prensa estatal. Pero la verdad es que los damnificados continúan esperando soluciones que no pasan de papeles y discursos.
Miles de familias quedaron con lo puesto después del huracán. Viviendas destruidas, comunidades incomunicadas, calles llenas de lodo y un acceso al agua potable que se ha vuelto un lujo. En un país donde los salarios no alcanzan ni para reponer una puerta, mucho menos un techo entero, la ayuda internacional termina siendo el único salvavidas visible.
A Melissa la gente la sobrevivió. Lo que cuesta sobrevivir ahora es al abandono institucional, a la falta de materiales de construcción, a la lentitud en la distribución de los donativos y a un aparato estatal que solo acelera cuando hay cámaras delante.
Mientras en La Habana se agradece y se promete apoyo “sin descanso”, el ritmo real de la reconstrucción es desesperadamente lento. La población sigue escuchando palabras donde hace falta acción, y el alivio inmediato llega sobre todo de vecinos que se ayudan entre ellos, de cubanos en el exterior que envían dinero y de donativos extranjeros que intentan apagar el incendio.
Japón no es el único que ha enviado asistencia. Otros países también han extendido la mano. Pero la magnitud del desastre supera de largo lo que pueda entrar en barcos y aviones, porque el problema es más profundo. Es estructural. Es político. Un país con infraestructura colapsada y un gobierno sin capacidad real de respuesta termina dependiendo por completo de la solidaridad mundial.







