Madre soltera con tres niños en Santiago de Cuba vive en una situación crítica: «Sus hijos duermen a la intemperie»

Redacción

La vida de Zulien Martínez, madre soltera de tres niños en Santiago de Cuba, se ha vuelto símbolo de la miseria que el régimen prefiere no mostrar. Su vivienda quedó reducida a paredes rotas y un techo que ya no existe, mientras las autoridades miran hacia otro lado como si los damnificados fueran invisibles.

El activista Yasser Sosa Tamayo llegó hasta el lugar, buscando respuestas, pero solo encontró abandono. La mujer, agotada de tocar puertas que nunca se abren, terminó rompiéndose frente a él. Lloró con la rabia contenida de quien sostiene sola una familia mientras el país entero parece decidido a no ver.

Los tres niños duermen expuestos a la intemperie. No hay techo. No hay protección. No hay condiciones mínimas. Una familia cubana sobreviviendo en ruinas, como tantas otras víctimas de derrumbes e inundaciones en una isla donde la pobreza ya no es una realidad: es una sentencia.

Sosa logró llevar mochilas, ropa, zapatos, dos paquetes de leche, algunos útiles escolares y algo de dinero gracias a la solidaridad de otras personas. Pero él mismo reconoció que este gesto apenas roza la herida. No soluciona nada. No devuelve el hogar. No levanta paredes. No le devuelve a estos niños el derecho básico a dormir bajo un techo.

El caso de Zulien no es una excepción. Es otra de las muchas vergüenzas que el Estado cubano ignora mientras sigue aprobando discursos sobre “apoyo a los damnificados” que nunca llegan a quienes de verdad los necesitan. En Cuba, cuando se pierde una casa, no desaparecen solo bloques y puertas. Se va con el agua la ropa, los colchones, los alimentos, cualquier esperanza de comprar materiales para reconstruir. Porque con el salario que se paga en este país no se levantan paredes, ni siquiera sueños.

Mientras el gobierno presume de asistencia, son los propios cubanos quienes están haciendo el trabajo que debería hacer el Estado. Son los vecinos, activistas y desconocidos los que salen a rescatar familias, mientras los funcionarios repiten la misma retórica hueca desde oficinas con aire acondicionado.

Yasser llamó a romper el silencio, a compartir la denuncia y a mover la historia hasta que llegue a alguien con poder real para actuar. “Esto no puede quedarse en un ‘me gusta’. Esto tiene que incomodar. Tiene que tocar puertas que nunca se abren.”

Incluso publicó la dirección exacta de la familia en Santiago para facilitar ayuda, porque en Cuba las soluciones no vienen de arriba, sino del pueblo que se niega a dejar morir al otro.

Zulien no está pidiendo regalos ni caridad pasajera. Está exigiendo algo elemental: justicia mínima para sus hijos, un techo que los cubra, el derecho a vivir como seres humanos y la atención que el Estado prometió durante décadas, pero no cumple para quienes más lo necesitan.

Una vez más, el país está sostenido por manos anónimas mientras el gobierno observa desde lejos, incapaz o desinteresado en cumplir el deber más básico de cualquier nación: que ningún niño duerma bajo la lluvia.

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