El régimen volvió a cortar la cinta: esta vez en la estación ferroviaria 19 de Noviembre, en Tulipán, La Habana. Después de meses de “reparaciones”, el ministro de Transporte, Eduardo Rodríguez Dávila, apareció en Facebook celebrando la reapertura como si estuviera inaugurando el AVE de Madrid. Según su versión oficial, la terminal ofrecerá “confort y seguridad” a los pasajeros que viajan entre Pinar del Río, Artemisa y la capital.
Bonito discurso, pero la realidad ferroviaria cubana está más oxidada que los propios rieles. El gobierno presume de una estación arreglada mientras el resto del sistema sigue funcionando a fuerza de milagros, empujones y paciencia involuntaria.
La fecha escogida fue el 19 de noviembre, aniversario del primer ferrocarril cubano, ese que alguna vez fue orgullo continental y hoy no aguantaría ni un piropo fuerte sin colapsar. Para el ministro es “un día de celebración”. Para el cubano de a pie, otro día rezando para que su tren llegue, arranque, o al menos no se descarrile camino a Boyeros.
La remodelación tuvo de todo. Nuevo techo, piso arreglado, baño digno, pintura fresca, incluso un grupo electrógeno para que la estación no quede a oscuras cuando llegue el apagón de las 3:00 pm, ese que nunca falla. Hasta cercado nuevo pusieron, para proteger la instalación. Lástima que no existan cercas para proteger al país entero del desastre de gestión que lo tiene en ruinas.
El ministro presumió también que Tulipán ahora es un “punto integrado de servicios”: billetes, cafetería y trámites en un solo lugar. Y hasta sala de lactancia incluyeron, algo que en Cuba es casi ciencia ficción. Pero aunque el maquillaje quedó bonito, la obra sigue siendo una gota en el desierto.
Porque mientras esta estación brilla para la foto, los trenes en Cuba siguen:
desgastados, lentos, mal planificados, sin piezas, sin cronogramas confiables y con usuarios que pasan horas esperando porque el convoy “está roto, pero viene”. El transporte ferroviario, que en un país normal sería columna vertebral de la movilidad, hoy es un chiste malo donde los pasajeros ponen la paciencia y el gobierno pone la excusa.







