Un nuevo episodio violento estremeció este martes a los vecinos de La Habana Vieja, esta vez en la intersección de Corrales y Egido, donde un hombre identificado como Yoeslandi Ruiz, conocido como “El Cuti”, perdió la vida tras un brutal ataque en plena vía pública.
La escena, narrada por residentes de la zona, fue de terror: un ataque directo, a sangre fría, en medio de la calle, que terminó con la víctima tirada en el pavimento, en un charco de sangre, mientras los vecinos miraban horrorizados. Aunque fue trasladado de urgencia, no logró sobrevivir a las lesiones.
Todo apunta a una historia larga y oscura que habría comenzado hace casi dos décadas. Según testimonios de residentes del barrio, “El Cuti” habría estado involucrado hace más de 18 años en la muerte del hermano del presunto agresor, identificado por los vecinos como Yaniel Sánchez, alias “El Fifty”. Después de cumplir condena y volver a la calle recientemente, habría encontrado al hombre que, según esas versiones, le arrebató a su familiar. Y el resultado fue un ajuste de cuentas esperado durante años.
Las autoridades, como es costumbre en Cuba, no han confirmado oficialmente la identidad del atacante, y todo lo que se sabe proviene de quienes viven en la zona y presenciaron la tragedia. Pero lo que sí está claro es que la violencia se ha vuelto parte del paisaje urbano, especialmente en barrios que antes presumían tranquilidad y vida comunitaria.
Testigos describen una agresión salvaje. El atacante habría usado un arma blanca con la que provocó heridas devastadoras a su oponente, dejándolo sin posibilidad de defenderse. La imagen de vecinos intentando auxiliar al herido en medio de gritos y desesperación deja claro que La Habana ya no es ese lugar donde “no pasaban estas cosas”, como intenta repetir el discurso oficial.
La realidad es otra. La ciudad vive asediada por robos, agresiones, riñas y asesinatos, mientras el régimen insiste en hablar de “paz social” y “logros del sistema”. La gente de a pie siente miedo, se siente sola y desprotegida, sin policía efectiva, sin prevención y sin un Estado que cumpla con la obligación más básica: garantizar seguridad.
Este asesinato deja al descubierto una verdad incómoda. La Cuba real no es la que sale en el NTV ni en los discursos, sino una sociedad agobiada por el hambre, la frustración, la impunidad y el estallido de la violencia. Y mientras Díaz-Canel y compañía siguen recitando consignas desde sus oficinas climatizadas, los cubanos de la calle entierran a sus muertos y siguen viviendo bajo la ley del más fuerte.







