El doctor Osvaldo Castro Peraza, especialista del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK), reconoció este jueves en la Mesa Redonda algo que el régimen había intentado ocultar: Cuba perdió el control epidemiológico de la epidemia de chikungunya.
“Tenemos una gran parte de enfermos que no han acudido al sistema de salud. La única manera de levantar esa casuística es visitando casa por casa”, confesó Castro, admitiendo que las autoridades no saben cuántos cubanos están realmente infectados.
Lo que el gobierno presenta como una “dificultad” para contabilizar casos es, en realidad, el colapso del sistema de vigilancia, un supuesto logro de la salud pública cubana que hoy demuestra su total incapacidad para medir, atender o contener el brote.
El especialista señaló que muchos cubanos recurren a la automedicación ante la falta de confianza en un sistema colapsado. “Hay mucha información en redes, incluso médica, y entonces deciden tratarse en casa”, dijo, trasladando la responsabilidad al pueblo que busca sobrevivir ante el fracaso estatal.
En el mismo programa, Castro lanzó el mensaje que el régimen quería escuchar: “Hay que mantener la calma, ser ecuánimes”. Palabras vacías para miles de familias postradas, pacientes en riesgo de muerte y niños que sufren dolores incapacitantes sin acceso a medicamentos.
El doctor describió un panorama alarmante: la población cubana era completamente susceptible al virus, y la enfermedad afecta casi siempre a quienes la contraen. “Por cada 10 casos de chikungunya, nueve son sintomáticos”, advirtió, dejando claro que el brote es mucho mayor de lo que cualquier cifra oficial podría reflejar.
Castro reconoció complicaciones graves como miocarditis, encefalitis, hemorragias y síndrome de Guillain-Barré, y admitió que personas con alto riesgo permanecen en sus hogares sin atención médica, mientras las autoridades piden calma. Incluso mencionó que los medicamentos circulan por vías no oficiales, un reconocimiento tácito al mercado negro de fármacos que prospera por el desabastecimiento estatal.
El chikungunya no es un resfriado pasajero: puede durar meses, con síntomas intermitentes que impiden trabajar. En un país donde los salarios son miserables y la presión laboral enorme, esto significa que miles de familias quedarán sin sustento.
La intervención de Castro dejó más preguntas que respuestas: ¿cuántos casos hay realmente? ¿Dónde están los medicamentos oficiales? ¿Qué medidas concretas se toman para frenar la epidemia? La respuesta del régimen sigue siendo la misma: calma y paciencia, mientras el pueblo paga las consecuencias de la incompetencia estatal.
Una vez más, los cubanos se enfrentan solos a la crisis, armados únicamente con su resiliencia y la información que circula por las mismas redes sociales que ahora el gobierno culpa por automedicarse. El mensaje es claro: el sistema de salud está desbordado, y la prioridad del régimen sigue siendo mantener la apariencia, no salvar vidas.







