La barriada del Café Colón, en el municipio habanero 10 de Octubre, vuelve a respirar después de semanas marcadas por el miedo y la indignación. Ya están bajo custodia los tres presuntos responsables del asesinato de Andrés Agustín Cancañón Álvarez, conocido cariñosamente como “Papito”, cuyo cuerpo apareció oculto dentro de un refrigerador en su propia vivienda ubicada en Finca Barrosa. El crimen estremeció a toda la comunidad cuando ocurrió en octubre, pero solo ahora las autoridades confirman oficialmente las detenciones.
La historia comenzó cuando Agustín desapareció sin dejar rastro. Sus familiares y vecinos, inquietos ante el silencio de las instituciones, iniciaron una búsqueda que terminó con el descubrimiento del cuerpo dentro del refrigerador de su casa. Según narran quienes conocían el entorno del suceso, el móvil habría sido una deuda de dinero, una desgracia que terminó con el peor desenlace posible. El fallecido habría prestado efectivo a uno de los implicados, y ante la incapacidad de pagarlo, el asunto derivó en una agresión brutal que terminó con la vida de Papito y el intento de ocultar el cadáver para ganar tiempo y facilitar el robo de pertenencias.
La comunidad coincide en que los sospechosos son dos hombres y una mujer con lazos familiares entre ellos. Se asegura que la detenida es esposa de uno de los implicados y hermana del otro. Varios vecinos corroboran que estos nombres y rostros habían sido señalados desde el primer momento por la gente del barrio. El caso salió a la luz gracias a testimonios directos compartidos desde el terreno y a publicaciones que circularon en redes, particularmente en páginas dedicadas a denunciar crímenes que las autoridades intentan silenciar.
Uno de los detalles que más indignación ha provocado es el retraso de las autoridades a la hora de asumir el caso. Tras el hallazgo del cuerpo, un sobrino de la víctima tuvo que proteger la escena ante la demora policial. Un hecho que vuelve a poner en evidencia la precariedad institucional que vive Cuba: en medio de asesinatos, asaltos, secuestros y violencia creciente, las instituciones no reaccionan con la urgencia que exigen hechos tan graves. Mientras se habla de “control”, “seguridad” y “mano firme”, la realidad es que los barrios siguen sintiéndose abandonados y la gente depende de su propia suerte para sobrevivir.
Durante casi un mes, la zona vivió entre el silencio y el pánico. Muchos temían que, como tantas otras veces, el crimen terminara impune o escondido bajo la alfombra oficial. La captura de los sospechosos abre una nueva etapa en la investigación, aunque aún queda por ver si esta vez se hace justicia de verdad o si el caso pasará a engrosar el catálogo de tragedias cubiertas con frases vacías y más burocracia.







