Callejón del Chenal: el infierno habanero de las drogas y el crimen que el régimen prefiere no mirar

Redacción

El reparto San Francisco de Paula, en San Miguel del Padrón, está viviendo un drama que ya nadie puede esconder. El famoso callejón del Chenal se ha convertido en un infierno diario, donde conviven asaltos violentos, venta abierta de drogas sintéticas y una comunidad aterrada que siente que el Estado la dejó sola.

Vecinos denunciaron a la prensa independiente que el lugar es hoy un punto permanente de consumo del llamado químico, una droga barata y demoledora que se fuma mezclada con tabaco y que está destruyendo a la juventud cubana. Las imágenes enviadas hablan por sí solas: jóvenes tirados en el suelo, inconscientes, convertidos en “zombis” humanos, mientras la vida sigue pasando alrededor.

Los residentes aseguran que en el callejón opera una especie de negocio clandestino, casi como una MIPYME criminal dedicada al tráfico del químico. Todo el mundo lo sabe. Nadie lo esconde. Y aun así, las autoridades no han movido un dedo.

“Todo el barrio conoce lo que se vende ahí, y nadie interviene”, cuenta un vecino desesperado.

La gente ya no aguantó más. Denunciaron ante periodistas como Niover Licea lo que llevan meses padeciendo: miedo, impotencia, silencio y un deterioro social que se les va de las manos. Familias enteras estuvieron tocando puertas oficiales sin lograr ni una patrulla estable en la zona. Al final, como tantas veces pasa en Cuba, la única salida fue acudir a la prensa independiente, porque del gobierno no esperan respuesta.

Uno de los testimonios más duros lo dejó una mujer que ve cada día a menores de edad cruzar el callejón para llegar a la secundaria. Lo hacen entre personas tiradas en el pavimento, con espuma en la boca, sin poder moverse, descompuestas por el químico. Esa realidad, que debería escandalizar a cualquier gobierno, se ha vuelto rutina.

Al mismo tiempo, los asaltos violentos son pan de cada día. Robos a plena luz, agresiones, amenazas y una policía que brilla por su ausencia. Los vecinos lo dicen sin pelos en la lengua:

“La policía aquí no está para proteger al pueblo, sino para reprimir opiniones.”

Y esa frase la repiten muchos. Si hay un opositor protestando, llegan en cuestión de minutos. Pero si un adolescente cae intoxicado en la calle o una madre sufre un asalto, lo más probable es que nadie aparezca.

Algunos residentes incluso sugieren que el punto de venta tiene respaldo “más arriba”. Y es una sospecha que no resulta descabellada en un país donde tantos negocios ilegales sobreviven amparados por complicidades dentro del sistema. Otros amplían el panorama: lo del Chenal no es una excepción, toda La Habana está llena de puntos de drogas mientras el Estado se hace el ciego.

Vivir ahí se ha vuelto una ruleta rusa emocional. Mucha gente recuerda la Cuba donde un niño podía salir de noche, donde los estudios eran intocables y las familias vivían sin estar pendientes de quién los iba a asaltar al doblar la esquina. Esos recuerdos, para muchos, ya son historia.

Entre los testimonios más desgarradores están las voces de madres que ven cómo sus hijos se hunden en el químico, sin tratamiento, sin apoyo, sin esperanza. La droga destruye los hogares mientras el Estado mira para otro lado, ocupado en perseguir opiniones y no delincuentes.

Lo que pasa en el Chenal es el espejo de una realidad nacional. Una juventud sin futuro, sin oportunidades y sin atención estatal, atrapada entre la marginalidad, la drogadicción y el abandono.

Aun así, el barrio no pide venganza. Pide ayuda. Pide protección. Pide presencia policial real y una intervención que no sea para reprimir, sino para rescatar lo poco que queda. La comunidad suplica que alguien tome en serio la situación antes de que ya no haya nada por salvar.

El callejón del Chenal es hoy el retrato de una Cuba rota, donde la propaganda oficial habla de tranquilidad ciudadana mientras las familias viven cada día con el corazón en la boca. Si este grito no conmueve a quienes gobiernan, ¿qué más tendrá que pasar?

Porque lo que dicen los vecinos es claro, directo y doloroso:

“No es solo este callejón. Es toda Cuba. Pero que empiecen por aquí antes de que no quede nada que rescatar.”

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