María Victoria Gil revela tras años de silencio que trabajó como «agente de la Seguridad del Estado en Cuba» bajo el seudónimo de «agente Loipa»

Redacción

María Victoria (Vicky) Gil Fernández rompió el silencio, y lo que contó es dinamita pura contra la imagen de transparencia que el régimen vende desde hace más de seis décadas. La hermana del exministro Alejandro Gil reveló que fue agente de la Seguridad del Estado, no porque quisiera, sino porque la presionaron cuando trabajaba como conductora en la televisión oficialista. La convirtieron en la “agente Loipa”, y la lanzaron a la caza de un negocio sucio que el gobierno intenta esconder: el tráfico ilegal de arte en Cuba.

Su testimonio, ofrecido al periodista Mario J. Pentón, confirma algo que muchísimos cubanos siempre han sospechado pero pocas veces se escucha de boca de alguien que estuvo dentro: la policía política opera con casas secretas, personal infiltrado, expedientes manipulados y una red interna de funcionarios corruptos protegidos desde arriba. Nada que sorprenda, pero sí importante escucharlo de primera mano.

Vicky contó que la Seguridad del Estado la usó para supervisar el movimiento de obras de arte dentro de la Isla. Pero lo importante no es la tarea en sí, sino lo que vio: procedimientos clandestinos, información encriptada y operaciones montadas para controlar –y también encubrir– el saqueo del patrimonio cultural cubano. Porque en Cuba, como se sabe, el delito no es el robo: el problema es quién lo comete y si está protegido políticamente.

La historia del contrabando de arte en la Isla no es nueva. Desde los años 90, cuando el régimen comenzó a abrir la mano al turismo y al dólar, surgió un mercado paralelo donde piezas de museos, colecciones estatales e incluso archivos culturales terminaron saliendo sigilosamente hacia Europa, México o Miami. Todo esto con funcionarios, directores y agentes mirando a otro lado… o cobrando su parte. Los casos han sido múltiples: extranjeros atrapados con piezas robadas, obras desaparecidas de museos nacionales y cuadros que de pronto reaparecen en galerías internacionales sin que nadie en Cuba “sepa nada”.

Mientras tanto, el gobierno obliga a cualquier ciudadano normal a pagar trámites absurdos, certificados y permisos si quiere sacar una simple pintura al óleo de los años 80. El pueblo tiene que justificar hasta una escultura de yeso, pero la mafia institucional mueve colecciones enteras con absoluta impunidad.

Las palabras de Vicky también ponen luz sobre algo que el régimen siempre ha tratado de maquillar: el reclutamiento forzado y psicológico de cubanos para servir como informantes. Muchos no entran al aparato por patriotismo ni “conciencia revolucionaria”, sino por miedo, presión laboral, chantaje o manipulación. Así funciona la Seguridad del Estado desde 1961: vigilancia, intimidación y control social a través de los CDR y una burocracia represiva que infiltra medios, instituciones culturales, centros de estudio y cualquier espacio donde pueda haber disidencia… o dinero en juego.

Pero lo más interesante es que quien habla no es una disidente externa ni una víctima común. Es la hermana de quien hasta hace poco era la cara visible de la economía cubana, un hombre que cayó en desgracia y terminó juzgado por espionaje, traición y otros cargos que huelen más a ajuste de cuentas que a justicia real.

Su testimonio muestra que cuando alguien deja de servir al sistema, el régimen no solo lo destruye: también desmonta la red que antes le servía, aunque esa red haya sido creada por ellos mismos.

Durante años, el gobierno cubano ha vendido la imagen de ser “incorruptible” y guardián del patrimonio nacional. Pero la realidad es otra: el gran saqueo cultural de Cuba ha ocurrido desde dentro, con agentes, artistas, burócratas y oficiales protegidos por el mismo poder que aplasta a cualquiera que ose denunciarlo.

La “agente Loipa” decidió hablar. Y lo que contó no deja dudas: si algo caracteriza al sistema cubano no es la defensa de la cultura, sino la defensa de su propia impunidad.

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