Las autoridades sanitarias cubanas anunciaron con mucha solemnidad el inicio de un estudio clínico con Jusvinza, un medicamento de fabricación nacional, para tratar a pacientes que siguen sufriendo secuelas del chikungunya y otras arbovirosis. El ensayo arrancará en el hospital universitario Comandante Faustino Pérez, en Matanzas, una provincia que hoy refleja con toda crudeza el colapso sanitario que vive Cuba.
El Gobierno quiere vender la noticia como un avance científico importante, pero detrás de las cámaras se esconde un escenario preocupante. El país atraviesa una epidemia nacional con más de 31 mil casos sospechosos, según el oficialista Canal Caribe, y cada semana llegan al Faustino Pérez cientos de personas con dolores musculares, artritis, hinchazones y limitaciones físicas que les impiden incluso caminar con normalidad. La población no busca innovación farmacéutica: busca alivio, atención, recursos y un sistema médico que no esté en ruinas.
El reporte televisivo mostró el caso de Antonio Gasmuri, quien terminó en consulta porque ya no aguantaba el dolor. Los médicos le diagnosticaron una bursitis como secuela del virus, y después de más de dos meses de tratamiento aseguró que empezó a notar mejoría al séptimo día. Según su testimonio, recuperó movilidad en el brazo que antes ni siquiera podía levantar. Historias como la suya abundan, pero lo que no se dice es que miles de cubanos han tenido que convivir con estas enfermedades sin medicamentos suficientes, sin atención oportuna y con hospitales saturados.
Los galenos del Faustino Pérez describen las calles de Matanzas como un mosaico de gente caminando con dificultad, con articulaciones inflamadas, tobillos hinchados, rodillas destruidas y cuerpos que simplemente no dan más. Esta realidad contradice el discurso del régimen de que el “modelo de salud cubano” es un ejemplo para el mundo. Si lo es, entonces el mundo debería salir corriendo.
Para intentar enfrentar la avalancha de enfermos, se montó un sistema de atención escalonado que empieza por el médico de la familia, esa figura que hace décadas fue símbolo de atención comunitaria, pero que hoy trabaja sin recursos, sin medicamentos y con una población frustrada que necesita respuestas urgentes. En las salas de rehabilitación se agrupan fisiatras, clínicos y especialistas en medicina natural, casi como un parche obligado frente al derrumbe del sistema.
Perico, en Matanzas, reportó los primeros casos hace poco más de tres meses, y en un abrir y cerrar de ojos el chikungunya ya estaba extendido por los trece municipios de la provincia. Y no es sorpresa. Cuando un país vive con acueductos rotos, calles llenas de aguas negras, fumigaciones irregulares y una infraestructura sanitaria obsoleta, las epidemias no son accidentes: son la consecuencia lógica de años de abandono estatal.
En este contexto, el hospital matancero se prepara para probar Jusvinza en alrededor de 100 pacientes que llevan más de tres meses con dolores crónicos y artritis persistente. No será un estudio masivo, y su objetivo es medir seguridad y eficacia. Ojalá funcione. Pero incluso si lo hace, el problema de fondo sigue intacto: Cuba no necesita solo medicamentos experimentales, necesita un sistema de salud que no dependa del milagro ni del aguante del paciente.
Jusvinza fue desarrollado por el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología y se utilizó en casos graves de COVID-19. Es un inmunomodulador con una composición sencilla, pero su uso se limita a situaciones críticas y no se recomienda en niños. El Gobierno no lo dice, pero los ensayos son también una respuesta desesperada ante la falta de fármacos, reactivos, personal y logística en hospitales que ya no pueden más.
Los médicos del Faustino Pérez preparan otros seis estudios paralelos para mejorar la atención a los afectados por el virus. Suena muy bien en los medios oficiales. El problema es que mientras se producen reportajes triunfalistas, la realidad marcha en dirección opuesta. Cubanos caminando doblados del dolor. Familias improvisando tratamientos caseros. Doctores agotados. Farmacias vacías. Una provincia enferma.







