El gobierno de Villa Clara anunció con bombo y platillo un paquete de ferias y celebraciones para fin de año, con ventas de alimentos, bebidas y algunos productos agrícolas. Sobre el papel suena a fiesta, pero en la calle la realidad es otra: la gente sigue luchando por poner comida en la mesa en medio de una crisis económica brutal.
Las autoridades insisten en que quieren ofrecer celebraciones “diferentes”, aunque nadie explica cómo se puede lograr eso cuando el país entero vive una inflación que pulveriza salarios, escasez en todos los frentes y una población que ha perdido la paciencia. En un encuentro con representantes del sector productivo, encabezado por la vicepresidenta del Consejo de Defensa, Milaxy Yanet Sánchez Armas, se habló de actividades recreativas, ventas de comida y animación cultural. El discurso de siempre: promesas con poco sustento real.
Según el coordinador gubernamental René Bacallao Figueroa, existe “voluntad” para organizar un cierre de año distinto. Voluntad hay, claro; lo que falta es dinero, planificación, producción y un modelo económico que no se dedique a destruir lo poco que queda, pero ese detalle no lo dicen en la mesa.
El gobierno también anunció la entrega de módulos para embarazadas, adultos mayores, familias vulnerables y niños. Suena bien, pero en el contexto cubano significa lo de siempre: parches desesperados para calmar una crisis que el propio Estado no sabe o no quiere resolver. Mientras tanto, una parte creciente del país vive con la nevera vacía y esperando “lo que toque”.
La directora de la Empresa Agroindustrial de Granos, Yanelis Saborido, aseguró que cada núcleo recibe dos libras adicionales de arroz y que pronto llegarán otras dos. Además, prometió que en las ferias de diciembre se venderá arroz a menos de 155 pesos la libra. Para muchos villaclareños, esa declaración no es una buena noticia sino una bofetada: 155 pesos ya es un insulto en un país donde los salarios no alcanzan ni para empezar.
La Empresa de Bebidas y Refrescos también aportará lo suyo. Según su directora, Milagros Heredia, cada núcleo recibirá una botella de ron Decano Nacional, además de refrescos y siropes para los niños. Otra medida que demuestra claramente la prioridad del gobierno: si no hay comida, al menos que haya alcohol para olvidar.
En paralelo, el delegado de Agricultura, Ihosvani Martín Peña, anunció ferias “gigantes” en los 13 municipios, con grandes volúmenes de viandas y hortalizas. Lo que no dicen es que, en la práctica, estas ferias se han convertido en mercados improvisados donde los precios están por las nubes y donde muchos cubanos solo pueden aspirar a comprar huesos, pellejos y sobras. La crisis alimentaria ha convertido estas actividades en caricaturas, donde la población paga fortunas por productos que antes no se vendían ni para alimento animal.
El propio secretario del PCC en Matanzas, Mario Sabines Lorenzo, reconoció hace semanas el desastre: violaciones de precios, incumplimiento productivo, acaparamiento, falta de control y ventas digitales que no cambian nada. Y, como siempre, tras la admisión de problemas vino el silencio. Ni soluciones, ni fechas, ni cambios. El mismo guion gastado que el cubano ya se sabe de memoria.
Incluso periodistas oficialistas han señalado la situación. En 2024, una reportera describió las ferias con humor ácido: “A veces no sabes si estás en una feria o en el viejo oeste”. No exageraba. En La Habana, el gobierno tuvo que imponer topes de precios y ejecutar operativos con multas y decomisos. Pero al final, los más afectados siguen siendo los mismos: pequeños vendedores que dependen del rebusque para sobrevivir en un país donde formalidad y miseria caminan de la mano.







