En un país sin medicinas, el régimen recomienda a la población utilizar Omega 3 y multivitaminas para tratar las secuelas del chikungunya

Redacción

En un país donde las farmacias parecen museos vacíos y los hospitales funcionan a media máquina, el régimen cubano vuelve a demostrar su cinismo sanitario. Mientras la isla lidia con una epidemia de chikungunya que tiene reventadas las salas de urgencias, el gobierno recomienda tratar las secuelas del virus con vitaminas y suplementos omega-3, productos que en Cuba son casi tan difíciles de conseguir como un apagón que no llegue.

El periódico oficialista Granma se hizo eco de una nota del Hospital Ginecobstétrico Ramón González Coro, en La Habana, donde el doctor Loysel Peláez Morales describe las secuelas articulares del chikungunya como un cuadro de artritis posviral que deja a la gente con inflamaciones persistentes en las articulaciones pequeñas y los tendones. Según el texto, las guías de la OMS y la OPS recomiendan antiinflamatorios no esteroideos, fisioterapia suave y férulas nocturnas. El detalle es que en Cuba esos medicamentos brillan por su ausencia. Son de los primeros en desaparecer cuando llega cualquier desabastecimiento… o sea, casi siempre.

A pesar de esa falta total de recursos, el reporte asegura que “suplementos como vitaminas del complejo B y ácidos grasos omega-3 pueden contribuir a la recuperación”. La frase suena casi a chiste para quienes viven en la isla. Conseguir un simple blíster de dipirona puede costar 500 pesos, o depender de un familiar que lo mande desde afuera. Imagínate entonces lo que vale una tableta de omega-3.

Los síntomas del chikungunya son igual de desagradables: rigidez cuando amanece, los dedos como si fueran globos y una sensación de limitación que apenas mejora un poco durante el día. La inflamación puede durar semanas o meses, y en algunos casos termina provocando tenosinovitis o una especie de compresión del nervio mediano muy parecida al túnel carpiano. El hospital insiste en que estas inflamaciones prolongadas deben ser vistas por un reumatólogo y que los pacientes deben buscar atención ante señales de alarma como fiebre recurrente, hinchazón marcada o pérdida de fuerza.

Pero esa recomendación, en la realidad cubana, suena más a teoría que a posibilidad. Muchos centros de salud ni siquiera tienen especialistas, y las consultas están desbordadas por la avalancha de casos de dengue y chikungunya que se multiplican en un escenario donde hay apagones constantes, falta de agua potable y una escasez crónica de mosquiteros. Es el caldo de cultivo perfecto para que los mosquitos hagan fiesta.

Mientras el régimen intenta vender normalidad con comunicados médicos llenos de tecnicismos, la población está atrapada en una crisis sanitaria que ya superó hace rato la capacidad del sistema. Por eso, para muchos cubanos, recomendar vitaminas y omega-3 no es un consejo: es una burla descarada. Un chiste cruel en un país donde la mayoría no puede comprar ni lo básico.

En redes sociales, más de uno comentó que solo faltó que el régimen añadiera al final de la receta: “Pídalas a sus familiares en el exilio.”

Como si todo esto fuera poco, el mismo gobierno admitió recientemente que ni siquiera puede realizar las fumigaciones masivas que antes ayudaban a contener los brotes. No hay combustible, no hay insecticidas y las pocas máquinas que quedan están para el desguace. Un país enfermo, sin medicinas y sin control vectorial: esa es la Cuba real, la que el discurso oficial intenta esconder, pero que se hace evidente cada vez que un virus nuevo desborda lo que queda del sistema de salud.

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