Las autoridades cubanas anunciaron la detención de tres presuntos matarifes en Guanabacoa, acusados de cargar con cinco yeguas paridas y una burra robadas en la zona de Bacuranao. El operativo tuvo lugar en el reparto Habana Nueva, luego de varias denuncias de campesinos que ya estaban desesperados por la ola de robos.
Según la información divulgada por la página oficialista El Cubano Fiel, los animales habían sido sustraídos el 26 de noviembre de la finca Vista Hermosa. En el sitio de la detención apareció al menos un animal con vida, aunque las imágenes difundidas muestran algo mucho más crudo: una yegua muerta, ya en proceso de despiece, confirmando que la operación clandestina estaba en pleno apogeo.
La policía asegura que la investigación continúa para recuperar el resto del ganado, pero los campesinos saben perfectamente que este tipo de delitos se ha convertido en un problema estructural, alimentado por la miseria, la falta de control y la impunidad que se ha multiplicado bajo un régimen incapaz de garantizar seguridad ni producción.
En los últimos años, el sacrificio ilegal de animales se ha vuelto tan común que ya forma parte del desastre nacional. Cada provincia cuenta su propia novela de horror: matarifes actuando a plena luz del día, redes organizadas que se mueven con recursos y transporte, y un mercado negro que crece porque el Estado no da abasto ni con la carne ni con el orden.
En octubre, por ejemplo, fueron arrestados cuatro matarifes en Ciego de Ávila tras meses robando ganado en la zona de La Palma. Los campesinos llevaban tiempo denunciando que la banda trabajaba “como Pedro por su casa”, sin que las autoridades movieran un dedo hasta que el escándalo se hizo demasiado evidente.
En Holguín, un video estremeció a los vecinos cuando un hombre fue filmado degollando un caballo en plena calle, sin que pareciera temer a nadie. La gente quedó indignada, pero más indignante es la causa real: la inseguridad ha llegado a un nivel en que la vida de los animales y de los propios campesinos depende más de la suerte que de la policía.
En Granma también estalló otra operación recientemente, donde se interceptó a un grupo de matarifes que trasladaba grandes cantidades de carne de res en vehículos particulares, sin refrigeración ni ningún tipo de permiso. El negocio era tan fuerte que abastecía a toda una red ilegal de venta de cárnicos.
La Habana no se queda atrás. La policía capitalina anunció hace poco la desarticulación de otro punto clandestino de sacrificio, donde—como siempre—se operaba sin higiene, sin permisos y sin el más mínimo control sanitario, poniendo en riesgo la salud pública de toda la zona.
Y si alguien cree que en el centro del país la historia es distinta, Villa Clara lo desmiente: desde 2023 las autoridades han reportado varios casos grotescos, como un matarife detenido con restos de siete vacas o un hombre cargando más de 600 libras de carne robada, mezclando res y caballo, sin papeles ni refrigeración.
Cada episodio revela lo mismo: un país donde el hambre, la falta de vigilancia y el colapso productivo han convertido el robo de ganado en una industria paralela, mientras el régimen prefiere responsabilizar a los delincuentes antes que admitir el verdadero origen del problema: su propia incapacidad.







