Miguel Díaz-Canel volvió a hacer lo que mejor se le da: regañar en público para intentar tapar el desastre que su propio gobierno no puede manejar. Esta vez le cayó arriba a los municipios de Cerro, Plaza de la Revolución y Playa, acusándolos de no tener suficientes fumigadores y ordenando, casi como un capataz desesperado, que metan a estudiantes y trabajadores a cargar basukas contra el mosquito.
El problema, como siempre, no está en los municipios, sino en un país donde la estructura estatal hace rato no puede ni con los mosquitos ni con la epidemia que tiene a media Habana enferma. Mientras el gobernante finge indignación, su propio gobierno reconoce que la capital sigue con ingresos altos por arbovirosis y que no logra cortar la transmisión del Aedes aegypti.
En los últimos cinco semanas se ha visto una ligera baja en los casos febriles, pero las autoridades no se atreven a dar cifras reales, como si esconder números fuera a espantar mosquitos. Aun así, admitieron que 148 adultos y 162 niños menores de tres años siguen hospitalizados, una estadística que habla por sí sola de la gravedad del panorama.
También dijeron que ya van seis semanas de fumigación intensiva en más de 303 mil viviendas, una cifra que suena enorme pero no resuelve nada cuando faltan operadores, equipos y, sobre todo, un Estado que funcione. La Universidad de Ciencias Médicas sigue empujando la carga con pesquisaje y atención primaria, mientras se intenta coordinar una higienización que apenas raspa la superficie del desastre.
Aunque la mitad de La Habana logró cumplir su cuota de fumigación, Cerro, Plaza y Playa se quedaron atrás. Ese retraso dio pie a la rabieta de Díaz-Canel, que exigió “apelar a las reservas” y meter a quien sea a fumigar. El régimen se aferra a movilizaciones improvisadas porque no tiene ni personal ni recursos, pero nunca reconocerá que esto es el resultado de años de abandono.
El primer secretario del Partido en La Habana, Liván Izquierdo Alonso, intentó justificar el regaño asegurando que no hay excusas, y que otros municipios sí lograron aumentar sus brigadas. Pero la realidad es mucho más simple: el país no tiene combustible, no tiene insecticidas y las máquinas de fumigación están destruidas, como admitió hace poco la viceministra Carilda Peña García en la televisión estatal.
Lo dijo en vivo: ya no es posible fumigar masivamente como antes. No hay recursos para hacerlo. Así de crudo. Y mientras tanto, el dengue y el chikungunya siguen corriendo de barrio en barrio sin que nadie pueda meterles freno.
Vecinos de distintos puntos de la capital denuncian lo mismo desde hace meses: fumigación irregular, montañas de basura pudriéndose en las esquinas, falta de agua potable y una gestión de desechos que parece de posguerra. Con ese escenario, ¿qué mosquito no se va a poner contento?
El colmo llegó con un video publicado por el periodista independiente Mario J. Pentón, donde se ve a un supuesto fumigador estatal en Víbora Park, visiblemente drogado con “químico”. La gente quedó indignada, aunque, para ser sinceros, poco sorprende en un sistema donde cada servicio público está en manos de improvisados, agotados o, como en este caso, totalmente fuera de órbita.
Mientras Díaz-Canel exige disciplina desde un salón climatizado, La Habana sigue oliendo a aguas albañales y repelente barato. El régimen insiste en aparentar control, pero la realidad lo desmiente a cada zancudo: Cuba está perdiendo una batalla tan básica como la fumigación, y la culpa no es de los municipios, sino del mismo sistema que se está cayendo a pedazos.










