Régimen admite públicamente que no tienen la menor idea de cuánta basura produce La Habana, por lo que es casi imposible mantenerla limpia

Redacción

El Gobierno cubano reconoció este sábado algo tan increíble como preocupante: no tiene la menor idea de cuánta basura produce La Habana. Y si no sabes cuánta basura generas, pretender limpiar la ciudad es como barrer con los ojos vendados. Pero así mismo anda la capital, a tientas y entre montañas de desechos que ya forman parte del paisaje.

La confesión salió a flote en la reunión semanal que cada sábado reúne a la cúpula política y a las autoridades habaneras. Allí presentaron los primeros avances de un estudio piloto que intenta medir lo que, en cualquier ciudad normal, sería un dato elemental para diseñar un sistema de recogida de residuos.

El primer ministro, Manuel Marrero, prácticamente tuvo que admitir lo obvio al señalar que este es un dato “imprescindible”. Y sí, imprescindible… pero inexistente. Mientras tanto, el régimen improvisa sobre números parciales, como si la capital fuera un laboratorio sin instrumentos y no la ciudad donde viven más de dos millones de personas.

El encuentro estuvo presidido por Miguel Díaz-Canel, acompañado de Esteban Lazo, Inés María Chapman y otros cuadros que, entre discursos y cifras incompletas, continúan describiendo una ciudad que se hunde en la basura mientras ellos siguen haciendo diagnósticos eternos.

Entre el 21 y el 27 de noviembre se recogieron poco más de 91 mil metros cúbicos de desechos, una cifra inferior a la semana anterior por la simple razón de que cada vez hay menos equipos funcionando. La falta de combustible, las roturas por ausencia de aceites, neumáticos y baterías mantienen paralizados decenas de camiones. No hay recursos, no hay logística y no hay planificación. Es el mismo guion repetido una y otra vez.

Aun así, las autoridades celebraron pequeños avances. Algunas brigadas de barrido han retomado tramos de limpieza y la Empresa Cubana de Acero trabaja en nuevos carritos piker y en recuperar cajas ampiroll. También repartieron algunos contenedores y anunciaron cifras de reciclaje que, según el Gobierno, generan ingresos en divisas y ayudan a sostener las operaciones.

Pero estas migajas operativas chocan contra un vacío enorme: La Habana no sabe cuánta basura produce, lo que hace prácticamente imposible planificar rutas, dimensionar flotas o medir resultados reales. Es como intentar curar una enfermedad sin diagnosticarla.

La capital vive una crisis de residuos que no es nueva. Las montañas de basura brotan en cada esquina, la insalubridad crece y los riesgos para la salud pública son evidentes. El Gobierno ha intentado lanzar operativos, pero siempre chocan con el mismo muro: falta de recursos, mala gestión, falta de voluntad y la eterna improvisación que caracteriza al régimen.

Desde hace semanas, soldados y oficiales de las FAR encabezan la llamada “Operación Limpieza”, un parche que intenta esconder el desastre estructural de un sistema colapsado. En La Habana Vieja, incluso han obligado a vecinos y negocios privados a llevar su basura directamente al camión, una medida desesperada para evitar que las calles sigan convertidas en vertederos.

La propia prensa oficial ha dejado escapar que la situación es insostenible. La periodista Ana Teresa Badía lo expresó de manera lapidaria al afirmar que “La Habana huele a basura”. Según ella, lo que domina es una “indolencia institucional galopante”, una frase que retrata a la perfección la dejadez del Gobierno ante un problema que ya tocó fondo hace rato.

La realidad es que la capital se ha convertido en un eterno basurero esperando por un Estado que no aparece, atrapada entre carencias, negligencia y una administración que ni siquiera sabe cuán grande es el problema que pretende resolver.

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