Régimen anuncia ola de apagones para hoy de tal magnitud que no hay posibilidad de anunciar ni una planificación coherente de afectaciones

Redacción

El amanecer del 1 de diciembre volvió a pillar a Cuba en lo mismo: un país casi entero apagado y un régimen repitiendo sus excusas de siempre. La Unión Eléctrica admitió que al despuntar el día solo tenía 1.300 megavatios disponibles contra una demanda de 2.450, un desastre que dejó más de 1.100 MW en déficit desde temprano. O sea, media Cuba sin luz antes del primer café.

La cosa se pondrá peor al caer la noche. Para el horario pico, el propio gobierno reconoce que la demanda puede rozar los 3.250 MW, pero la disponibilidad apenas llegaría a 1.325 MW. Eso significa que dos tercios del país quedarán tirados en la oscuridad. La UNE, con su típico lenguaje burocrático, dice que podrían quedar fuera del sistema 1.995 MW, pero en la calle la gente lo entiende de manera más directa: otra noche sin corriente, sin sueño y sin paciencia.

La Habana volvió a pagar el precio del caos energético. Desde la una de la tarde empezaron los apagones y la afectación máxima alcanzó 281 MW a las siete de la noche. Bloques enteros se quedaron desconectados “por emergencia” y en la madrugada seguían sin servicio los bloques 3, 4, 5 y 6, sumando otros 158 MW fuera de línea. La capital, que el régimen siempre ha tratado de salvar para disimular ante los visitantes, ya ni eso tiene garantizado.

Las causas del derrumbe son las mismas que venimos escuchando desde hace años. Averías en Felton y Renté, mantenimientos atrasados en Mariel, Santa Cruz del Norte, Cienfuegos y Nuevitas, y una generación distribuida prácticamente en coma. Noventa y seis centrales no pueden trabajar por falta de combustible, y otros 68 MW están paralizados por falta de lubricantes. Ni petróleo ni aceite, pero sí discursos.

El régimen insiste en culpar a la falta de divisas y a la antigüedad del sistema, como si el deterioro hubiera caído del cielo. La realidad es mucho más cruda: décadas sin inversiones, corrupción en cada tornillo y un modelo estatal incapaz de sostener ni una linterna de pilas. El sistema eléctrico cubano es un fósil que sigue funcionando a golpes, milagros y mentiras oficiales.

Expertos coinciden en que se necesitarían entre 8.000 y 10.000 millones de dólares para que el país pueda medio levantar su red eléctrica. Es una cifra impensable bajo la política económica del Partido Comunista, que sigue exprimiendo el país mientras aplasta cualquier intento de modernización real.

Mientras los burócratas hablan de “soluciones a mediano plazo”, la gente se prepara para otra noche sin luz, con mosquitos, calor y agotamiento como invitados fijos. Y así, entre cables rotos y promesas vacías, Cuba sigue hundida en una oscuridad que no es solo eléctrica, sino política y moral, una sombra que el régimen insiste en prolongar.

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