Sandro Castro volvió a dar de qué hablar con sus declaraciones en el segmento Q and R, donde dejó claro que solo se ve como presidente de Cuba “cuando se caiga el bloqueo”, frase que más que política suena a intento de humor familiar. Entre risas, también soltó otras “perlas”: sobre fútbol, dijo que siempre apoya al Real Madrid pateando con la derecha, y sobre la crisis eléctrica respondió con ironía: “¿Cuándo se arregla lo de la luz? Todos los días a las 8 de la mañana, cuando sale el sol”.
Aunque muchos de sus fans lo han señalado como posible sustituto de Díaz-Canel, Sandro ha intentado mantenerse en la ambigüedad. En agosto dejó claro que su foco hoy es el arte y los negocios, no la política, aunque no cerró la puerta a un futuro en el ámbito público. “Eso requiere preparación, la cual no tengo, pero por mi país haría cualquier cosa siempre que mi pueblo esté de acuerdo”, aseguró.
La pregunta que queda flotando es si estamos frente a una aspiración política genuina o simplemente a un guiño a sus seguidores, que lo adulan en redes. Con más de 140 mil seguidores en Instagram, Sandro ha cultivado una imagen mediática que genera tanto simpatías como críticas.
A pesar de no tener trayectoria política, su apellido lo mantiene en el centro del ojo público. Cada comentario, cada publicación, cada video de lujo y excesos, se convierte en un motivo de polémica en un país donde la mayoría vive la escasez y la precariedad. Su vida de fiestas, negocios y viajes contrasta brutalmente con la realidad diaria de los cubanos, recordando que mientras algunos hablan de futuro político, otros apenas llegan a fin de mes.
Sandro Castro es, en suma, un personaje incómodo: un nieto de dictador que juega a influencer millonario, entre risas y lujos, mientras el país sigue contando apagones, crisis y carencias.







