El pasado 30 de mayo, ETECSA —ese monopolio sagrado que el régimen protege con celo soviético— anunció un nuevo esquema tarifario que, básicamente, volvió a recordarle a la gente quién manda en el ciberespacio cubano. Ahora solo permiten una recarga “razonable” al mes de hasta 360 CUP, mientras empujan descaradamente a los usuarios hacia recargas en dólares. El mensaje es claro: si no tienes familia afuera, te conectas cuando ellos quieran y como ellos digan.
La medida abrió una brecha brutal entre los cubanos que dependen de sus salarios en pesos y los que sobreviven gracias a la familia emigrada. Después de consumir ese único paquete, toca esperar 30 días completos para comprar otro. Para no quedar aislado, solo quedan dos caminos: rezarle a un amigo que te transfiera saldo o caer en los paquetes extras, que ya son una burla abierta.
Porque en esta nueva “oferta”, ETECSA remató sin pudor: 3 GB por 3 360 CUP, 6 GB por 6 720 y 15 GB por 11 760. Todo esto en un país donde el salario promedio apenas llega a 6 800 pesos. Dicho de otra manera: conectarse en Cuba ya no es un derecho, es un lujo obsceno.
Del alivio al abuso
Esas tarifas entierran el breve respiro que se abrió tras las protestas del 11J, cuando el régimen se vio forzado a “suavizar” los precios para contener el malestar. Terminada la presión, regresaron los sablazos. Y el golpe ha sido tan fuerte que estudiantes universitarios salieron a protestar, convocaron un “parón” de recargas y denunciaron abiertamente el abuso. La respuesta oficial fue la habitual: criminalizar, intimidar y ofrecer migajas.
Pero con cada vuelta de tuerca, se fortalece un fenómeno que el Gobierno no ha podido frenar: la reventa de saldo y las transferencias móviles como moneda paralela. En la práctica, el saldo telefónico funciona como un dinero alternativo para comprar, pagar y sobrevivir, mientras ETECSA hace como que no entiende por qué el mercado informal florece.
El saldo como moneda paralela
Aunque restringieron las recargas en CUP, dejaron abierta la opción de transferir saldo. Y eso creó una puerta trasera para quienes reciben dólares desde el exterior. Un usuario con 7 200 pesos provenientes de una recarga internacional puede comprar hasta 20 paquetes de 360 CUP y luego revenderlos por entre 1 000 y 1 500 pesos cada uno. El margen es jugoso y la demanda, enorme.
Joan, un joven habanero que vive de revender saldo, lo dice sin rodeos: “Aquí todo el mundo está tratando de sobrevivir”. Algunos inflan los precios descaradamente; otros, como él, dicen mantenerlos “bajos” para no perder clientela. El negocio se mueve por distintos caminos: efectivo para evitar estafas, transferencias bancarias o incluso Zelle, con comisiones que suben según el riesgo.
Aunque el Gobierno chilló que perseguiría a estos revendedores, la realidad es que no han hecho nada. La falta de alternativas y el hambre tecnológica del país mantienen el negocio vivo. En redes sociales hay grupos con miles de miembros negociando saldo como si fueran acciones en la bolsa.
Internet convertido en privilegio
El aumento de tarifas no es solo una molestia: es un golpe directo a los sectores más vulnerables. En Cuba, estudiar, trabajar, comunicarse con la familia e incluso resolver trámites depende casi por completo del internet móvil. Pero en el país del “socialismo humanista”, la conectividad se volvió un privilegio elitista.
Los estudiantes fueron de los primeros en explotar. Universitarios de varias provincias protestaron y anunciaron un paro de clases. El régimen respondió criminalizando sus reclamos, amenazando a los jóvenes y luego vendiéndoles cantidades mínimas de datos en CUP, como quien lanza un hueso para apaciguar al perro.
Nadia, estudiante en Matanzas, explica que lo que asignan las universidades no alcanza ni para empezar. “Esto no es justo. Necesitamos internet para estudiar, para hablar con la familia, para todo. Entre apagones y precios, se vuelve una tortura”, cuenta. En La Habana, Digna intenta terminar su tesis de maestría con una conexión que se le va como arena entre los dedos. Y Ricardo, gestor de redes sociales, trabaja más de seis horas al día conectado, pero solo recibe un plan de 240 CUP al mes. “Es absurdo. Eso no da para nada”, lamenta.
Una Cuba cada vez más desconectada
Mientras el Estado exprime cada dólar que puede, el pueblo se queda más incomunicado, más limitado y más frustrado. El régimen necesita divisas, pero en esa carrera por enganchar dólares termina cercenando el acceso a la información, a la educación, al trabajo remoto y a la vida moderna.
La consecuencia es evidente: Cuba se encamina hacia una nueva forma de desigualdad, donde estar conectado no depende del talento, del esfuerzo ni del derecho ciudadano, sino de si tienes o no familia afuera.







