Si hay un aparato del castrismo que ha logrado sobrevivir intacto a todas las purgas, a las “rectificaciones” de Fidel, a los arranques de Raúl y a las rabietas de los dinosaurios del poder, es el Ministerio de Cultura. Esa estructura nació corrupta, creció corrupta y ha envejecido corrupta, sin que nada ni nadie haya podido tocarle un pelo.
Ni los escándalos de todos los tiempos, ni las censuras, ni los abusos, ni las barbaridades cometidas desde la era de Armando Hart hasta el manotazo telefónico de Alpidio Alonso han provocado jamás una limpieza real. Cambian los nombres, pero no cambian los vicios. Remueven a un funcionario y ponen a otro igual o peor, pero más cuidadoso a la hora de esconder la mugre.
Dentro del MINCULT la corrupción funciona como un pacto no escrito entre funcionarios y artistas oficialistas. Unos reparten privilegios, los otros pagan con silencio o con complicidad disfrazada de neutralidad. Basta con firmar una declaración servil, callarse ante una injusticia o posar de “apolítico” mientras se le sigue el juego al régimen.
Quien revisa las vías “institucionales” del ministerio descubre que todo está diseñado para blanquear la corrupción, convertirla en algo “moralmente aceptable” y disfrazarla de burocracia cultural. No es improvisación. Es un mecanismo perfeccionado para saquear legalmente.
El ejemplo más evidente es el famoso Departamento de Atención a Personalidades. Maneja millones bajo el pretexto de “ayudar” a artistas necesitados, pero en la práctica es un canal de favores selectivos. El dinero y los recursos casi nunca llegan a tiempo a quien realmente lo requiere. Sin embargo, fluyen sin obstáculos hacia ese grupito de privilegiados que viven pegados a los actos políticos, que aplauden lo que haga falta y que mantienen vínculos familiares con quienes reparten las prebendas.
Mientras tanto, actores enfermos y músicos olvidados tienen que ir a las redes sociales a pedir ayuda pública. Casos recientes y casos viejos se mezclan en una misma realidad: el MINCULT abandona a los que hicieron grande la cultura cubana y apapacha a los que hacen grande la propaganda del régimen.
Ahí están los últimos días de Carlos Embale, Celeste Mendoza, José Antonio Rodríguez o Samuel Claxton, vividos en total abandono. Y al lado, como si nada, los ascensos de los protegidos que heredan casas, autos y privilegios. No es nepotismo ocasional; es un sistema.
El robo se disfraza de “apoyos”, de “iniciativas culturales”, de “proyectos locales”, todos imposibles de auditar. Se trabaja con recursos que nunca se registran y resultados que nunca se pueden medir. Ideal para desaparecer lo que sea necesario sin dejar huellas.
Basta recordar las jabas semanales de carne, vinos y productos que enviaba el MINCULT a Carilda Oliver Labra. La poeta apenas veía pasar esas mercancías, pero sus vecinos sí sabían en cuánto se vendía la libra de res que debía ser “regalía institucional”.
Y mientras los olvidados del arte se caen en pedazos, otros convierten las ayudas del ministerio en negocios privados. El caso de Arnaldo Rodríguez y su Mambo S.R.L. es la postal del descaro. Su empresa nació, creció y se mantiene gracias al paraguas del MINCULT. No solo recibe asesoría, insumos y apoyo logístico. También obtiene, según fuentes internas, alrededor de 150 mil dólares al año solo por “atención a personalidades”, además de millones de pesos provenientes de la Dirección de Eventos, firmada por la mismísima Lis Cuesta.
Todo este dinero se justifica con el cuento de “promover la cultura cubana contra el bloqueo”, aunque las cuentas internas confirmen que el festival no recupera ni una fracción de lo gastado. Da igual. En Cuba, si el evento sirve como vitrina política, la corrupción se vuelve parte del presupuesto.
El Departamento de Atención a Personalidades es apenas la punta de un iceberg enorme. Detrás vienen las Relaciones Internacionales con sus donaciones, sus intercambios turbios y sus puertas traseras. Y encima, el Departamento de Eventos, un agujero negro donde se decide qué actividades reciben respaldo político, dinero, transporte, alojamiento y propaganda.
Frente a todo esto, ahora aparece Abel Prieto, el eterno vocero del absurdo, diciendo que las recientes denuncias de corrupción son calumnias. Y ahí sí hay que ponerse alerta, porque cada vez que Abel sale a negar algo es porque el fuego viene demasiado cerca. Lo vimos hace unos días cuando trató de pintar a Díaz-Canel como “querido por su pueblo”, una fantasía tan torpe que ni los militantes más disciplinados se la creyeron.
Si esta figura reciclada del oficialismo, que ahora vende teorías delirantes sobre el “imperialismo cultural”, se lanza a defender al MINCULT, es porque teme que alguien dentro de la propia dictadura haya decidido romper el pacto de silencio. Y cuando ese pacto se rompe, se cae el teatro.
En Cuba no hay ministerio más opaco ni más intocable que el de Cultura. Y cuando el poder protege tanto a una institución, no es por amor al arte. Es porque dentro de sus paredes se guardan secretos que pueden tumbar a más de un intocable.










