Pacientes en el piso: el caos sanitario en Cuba llega a su peor punto

Redacción

El caos sanitario en Cuba ya no es noticia: es rutina. Y lo ocurrido recientemente en hospitales de Camagüey y Granma confirma que el derrumbe del sistema de salud dejó de ser una alarma para convertirse en el pan de cada día. Ver a pacientes acostados en bancos, en sillas improvisadas y hasta en el mismo piso del hospital parecería impensable en cualquier país con un mínimo de organización. Pero en Cuba, lamentablemente, ya es parte del paisaje urbano.

En Camagüey, el periodista José Luis Tan Estrada compartió una historia que se ha vuelto demasiado común: una madre que llega pasada la medianoche al Hospital Pediátrico con sus tres hijas enfermas. Venía desde Florida, y había esperado una ambulancia durante horas. Una de las pequeñas presentaba meningitis viral, una emergencia que requiere atención inmediata, aislamiento y un equipo médico preparado. Sin embargo, tras todo ese recorrido, tuvieron que esperar hasta las cinco de la madrugada para que aparecieran apenas dos camas. Cinco horas de incertidumbre, miedo y desamparo que ninguna familia debería vivir. Cinco horas que, en situaciones así, pueden costar vidas.

Según el testimonio, caminar por el hospital era como recorrer un coro de desesperanza donde la frase más repetida era: “no hay camas”. Ya nadie se sorprende. En un país donde cada brote epidémico choca con un sistema deteriorado, sin medicamentos ni recursos y con un personal agotado, la falta de camas es casi un sello oficial. La angustia de esa madre es la misma que sienten cientos de familias cada noche mientras enfrentan el hacinamiento, la improvisación y el abandono institucional.

Y las reacciones de otros familiares solo confirman que la tragedia ya se normalizó. Varias madres relataron que sus hijos han recibido suero sentados en bancos, en pasillos llenos de gente, expuestos a infecciones y sin privacidad. Otras confesaron que para lograr ingresar a un niño hay que “gestionar” por fuera, presionar, buscar contactos o simplemente rezar por un milagro. Una frase se repitió entre muchos testimonios: “en Cuba estamos colapsados”. Y no es una metáfora.

Desde Bayamo llegó, horas después, la prueba de que el derrumbe es generalizado. El activista Edmundo Dantés Junior publicó fotos atribuidas al Hospital Carlos Manuel de Céspedes donde podían verse pacientes acostados directamente en el piso de un pasillo, conectados a sueros colgados en estructuras improvisadas. Al principio, muchos pensaron que era un montaje, pero otros usuarios confirmaron haber visto exactamente lo mismo ese mismo día. Una mujer que estaba con su padre describió la escena con una palabra simple y contundente: “un infierno”.

El debate sobre si las imágenes son reales ya no es si lo son o no; es peor: es que el país ha llegado a un punto donde lo increíble dejó de ser imposible. Una vecina de Granma lo resumió con brutal sinceridad: “los fallecidos están por saco”, recordando funerarias saturadas y cementerios con olores insoportables. La pregunta que muchos repiten—¿hasta cuándo?—ya ni siquiera es política. Es humana. Ninguna sociedad puede sostenerse si sus enfermos deben esperar atención tirados en un banco o acostados en el piso frío de un pasillo.

Estas escenas no son excepciones ni accidentes aislados. Forman parte de un patrón: colapso, negligencia y abandono constante, mientras desde La Habana insisten en que “todo está bajo control”. Pero cuando la realidad es esta, esa frase ya no suena a garantía… suena a burla.

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