Denuncia pública fuerza al régimen a cambiar de urgencia 100 colchones en el Hospital General de Santiago de Cuba

Redacción

Este 3 de diciembre, Día de la Medicina Latinoamericana, el Hospital General Dr. Juan Bruno Zayas Alfonso recibió un donativo de 100 colchones. Pero lejos de ser un acto de generosidad planificado, lo ocurrido se pareció más a una carrera contrarreloj de las autoridades para tapar sus vergüenzas, justo después de que denunciáramos públicamente el abandono del centro.

Desde temprano, vecinos y trabajadores notaron movimientos extraños: limpieza acelerada de áreas deterioradas, camiones cisterna llegando con agua, reorganización de salas y directivos corriendo de un lado a otro intentando maquillar lo que llevaba meses en abandono.

Todo coincidió con la llegada de Beatriz Johnson Urrutia, Primera Secretaria del PCC en Santiago de Cuba, el Gobernador Provincial Manuel Falcón Hernández y la dirigente partidista Annia Poblador Serguera. Su aparición no fue casual: vino después de que mostramos fotos, testimonios y pruebas del deplorable estado del hospital, desde colchones rotos hasta filtraciones y falta de agua que afectan a pacientes y trabajadores.

No hubo discursos. No hubo ceremonia. No hubo aplausos. Solo una operación exprés para que al ojo público el hospital pareciera funcionar.

Los médicos, enfermeros y técnicos hicieron lo que pudieron: limpiaron, movieron y organizaron. Pero no son responsables del deterioro estructural ni del abandono institucional. Ellos no son magos, son profesionales que sobreviven a la crisis diaria y que hoy, otra vez, fueron obligados a resolver lo que les corresponde a los directivos.

Que llegaran 100 colchones es positivo, sí, pero deja en evidencia algo más profundo: solo después de la denuncia pública, de la presión del pueblo, y de que la verdad salió a la luz, el sistema decidió moverse. Si nadie hubiera levantado la voz, hoy no habría colchones nuevos, ni agua, ni limpieza urgente, ni altos mandos corriendo por los pasillos.

Lo que vimos hoy es la prueba de que el periodismo incómodo, el que señala lo que otros callan, sigue obligando al régimen a reaccionar, aunque sea por vergüenza, por presión pública, o simplemente por miedo a que la verdad se haga viral.

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