Guantánamo vivió este martes una de esas escenas que te aprietan el pecho: el entierro de José Carlos, un muchacho de solo 22 años cuya vida terminó de forma absurda y dolorosa, luego de una pelea familiar que se salió completamente de control. Un suceso trágico, de esos que sacuden a la comunidad y obligan a mirar de frente una realidad que muchos prefieren ignorar: la violencia está tocando la puerta de los hogares cubanos.
Las imágenes del sepelio, difundidas en Facebook por el creador de contenido conocido como “Marlon Guantánamo”, muestran una despedida que mezcló tristeza, incredulidad y un dolor colectivo que se podía sentir en cada paso de la procesión. Cientos de personas acompañaron el féretro durante un largo tramo, demostrando el cariño y la indignación que dejó este crimen.
La procesión fue tan multitudinaria como emotiva. Amigos, vecinos y familiares caminaron junto al ataúd cargado por los más cercanos a José Carlos. Entre coronas de flores, llantos, abrazos y silencios incómodos, también se escuchaba música de reguetón desde un bafle portátil. Algunos coreaban las letras, otros apenas podían sostenerse en pie. Un contraste brutal que refleja, a su manera, la mezcla de juventud y tragedia.
En redes sociales, los videos han generado cientos de comentarios. Muchos lloran la pérdida, otros aún intentan entender cómo un conflicto entre primos pudo terminar así. La palabra que más se repite es “absurdo”. Y es que nadie imagina que una pelea familiar, algo que en muchos hogares termina en gritos y ya, pueda convertirse en un momento fatal.
Según relató la activista Irma Lidia Broek, la discusión entre los primos escaló de inmediato y terminó en una pelea física. Lo peor: testigos aseguran que la madre de José Carlos permitió que “se fajaran”, sin pensar que aquello podía tomar un rumbo irreversible. Minutos después, una puñalada acabó con la vida del muchacho. El presunto agresor, también joven, sigue sin ser identificado públicamente.
Lo que pasó con José Carlos no es un hecho aislado. Es un síntoma. Un reflejo de un país donde la frustración, la crisis económica y el desgaste emocional están convirtiendo cualquier chispa en un incendio. La violencia, cada vez más normalizada, se instala hasta en los espacios que deberían ser los más seguros: la familia.
El entierro de José Carlos fue, además de una despedida, un grito colectivo. Un recordatorio de que algo se está rompiendo en el tejido social. La comunidad guantanamera ha mostrado su apoyo a los familiares, pero también su miedo, su rabia y su preocupación por una realidad donde incluso los vínculos más cercanos pueden terminar en tragedia.
José Carlos ya no está, y su partida deja más preguntas que respuestas. Pero lo que sí deja claro es que la sociedad cubana necesita urgentemente espacios de diálogo, contención y apoyo para evitar que historias como esta sigan repitiéndose.







