20 días de terror: cubanos cuentan su odisea hasta Ciudad de México

Redacción

Llegar a la Ciudad de México desde Cuba no es ningún paseo turístico. Dos cubanos, Juan y María, contaron recientemente a MILENIO la verdadera odisea que vivieron para alcanzar la capital mexicana, un trayecto que costó nada menos que 1,500 dólares y que está controlado por redes criminales bien organizadas. Lo que parece un “paquete de viaje” tiene detrás toda una estructura delictiva con pulseras de control, casas de seguridad y vigilancia constante.

Todo comienza en las redes sociales. Juan y María vieron anuncios prometiendo traslados seguros hasta México vía Nicaragua, un país que se ha convertido en puerta de entrada para los migrantes cubanos. Ambos compraron el paquete, aunque sus viajes no coincidieron, y de ahí salió el vuelo de Conviasa hacia Managua, donde arrancó lo que sería un recorrido mucho más complicado de lo que imaginaban.

En Nicaragua y Honduras, los migrantes fueron alojados en casas que, al principio, parecían cómodas: comida abundante, habitaciones decentes y la obligación de grabar videos mostrando que estaban siendo bien tratados. Estas grabaciones se enviaban por WhatsApp a sus familiares como prueba de que “todo iba bien”, aunque servían también para que los operadores mantuvieran control total sobre ellos.

Cada viajero llevaba una pulsera de plástico en la muñeca, un método que usaban los grupos criminales para identificar y controlar a cada persona. En cada frontera, el responsable cambiaba, mostrando que todo estaba coordinado como un reloj suizo entre distintos operadores. “Todo está muy bien coordinado”, confesó Juan. “Dependiendo de los retenes, la Policía… ellos tienen halcones que van mirando el tráfico. Son muy hábiles”.

Pero las cosas cambiaron al llegar a Guatemala. Allí, las condiciones empeoraron: casas de seguridad precarias, guardias armados, restricciones absolutas y un trato que ellos describieron como “deshumanizante”. Los traslados ya no eran cómodos, sino hacinados en vehículos viejos, sin baño ni techo, y prohibiéndoles usar el celular para que no los localizaran.

Cuando llegaron a Chiapas, las advertencias se volvieron violentas. “Si usted no acata las órdenes, les vale y te van a meter un tiro”, dijo Juan. La última etapa, unas 15 horas de viaje desde Chiapas hasta la capital, se hizo sin escalas ni paradas.

Después de 20 días, finalmente fueron liberados en una estación de metro de la Ciudad de México. Ahí les quitaron las pulseras y dieron por terminado el “servicio”. Con el susto aún presente y el cansancio encima, Juan no dudó en dar un consejo claro: “Estás arriesgando la vida. Está pagado, pero realmente no sabes cuál es el destino que te depara. Si lo haces de manera legal, vas a tener las puertas abiertas en este país”.

Lo que parecía una solución rápida terminó siendo una experiencia extrema y peligrosa que les dejó claro que la ruta clandestina no es juego ni aventura, sino un laberinto de riesgo, miedo y supervivencia.

Habilitar notificaciones OK Más adelante