Cubanos se han concentrado en distintos hoteles de la isla en espera de los supuestos 1100 dólares anunciados por el mitómano de Ignacio Giménez

Redacción

Santiago de Cuba amaneció hoy con una escena que retrata a la perfección el estado emocional del país: decenas de personas concentradas en los alrededores del Hotel Santiago, aferradas a la posibilidad —mínima, absurda, pero humana— de que fuera cierta la mentira viral de Ignacio Giménez sobre la entrega de 1.100 dólares por persona.

Desde temprano comenzaron a llegar vecinos de distintos repartos. Algunos venían por curiosidad, otros por desesperación, y muchos simplemente porque en Cuba un rumor puede más que cualquier comunicado oficial. La gente se sentó en aceras, esperó bajo el sol y miró hacia el hotel como quien mira un salvavidas en medio del naufragio cotidiano.

La escena no tardó en encender las alarmas del régimen. Patrullas comenzaron a rodear la zona para “controlar” la situación, como si un grupo de cubanos necesitados fuera un problema de orden público y no un síntoma de la crisis más profunda que vive el país. La presencia policial no frenó nada. Al contrario, atrajo a más personas que querían confirmar si aquello era real o si ya había llegado “el turno de los primeros”.

Presionado por el caos que crecía como espuma, el Ministerio de Turismo salió finalmente a desmentir la historia. Y ahí se cayó la ilusión, la esperanza improvisada y el sueño de bolsillo lleno.

La verdad es simple, dura y repetida: no existe ninguna entrega de 1.100 dólares. No hay plan, no hay operativo, no hay milagro. Solo una mentira más de Ignacio Giménez y un pueblo agotado que, ante tanta miseria y abandono, se aferra a lo que sea.

El Gobierno, una vez más, respondió con patrullas en vez de respuestas. Con policías en vez de soluciones. Con desmentidos tardíos en vez de transparencia. Porque este caos no nació del pueblo: nació del vacío informativo que el propio régimen alimenta cada vez que oculta, manipula o distorsiona la realidad.

Lo ocurrido hoy en Santiago de Cuba lo deja claro: la gente está tan golpeada y tan desesperada que cualquier chispa —incluso una mentira evidente— puede mover a cientos. Es la prueba viva de una población agotada emocional y económicamente, y de un Estado incapaz de manejar ni siquiera los rumores que brotan del mismo silencio que impone.

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