Miguel Díaz-Canel volvió a sacar del escaparate el nombre de Fidel Castro, como si desempolvar al viejo comandante bastara para convencer a los jóvenes cubanos de seguirle el juego al régimen. En un encuentro con dirigentes estudiantiles, el mandatario aseguró que “ahora toca estudiar a Fidel”, y llamó a las nuevas generaciones a comportarse “como él quería”, como si repetir consignas fuera solución para la miseria que vive el país.
El discurso, amplificado de inmediato por la maquinaria propagandística oficial, deja claro que el gobierno anda en otra ofensiva para revivir el culto a la personalidad del dictador fallecido, un intento desesperado por frenar el creciente rechazo social que se siente en cada esquina de la Isla.
Díaz-Canel insistió en que hay que “reinterpretar a Fidel y traerlo a estos tiempos”, una frase que, en buen cubano, significa meter a los jóvenes en el mismo círculo de adoctrinamiento que el régimen lleva décadas repitiendo. Quieren convertir las escuelas y las asociaciones estudiantiles en templos ideológicos donde Fidel sea santificado, no analizado, y donde toda crítica quede prohibida de antemano.
El mandatario habló de alcanzar una supuesta “cultura general integral”, como si la salvación del país dependiera de aprender de memoria lo que diga el Partido. Pero todos sabemos que ese cuento solo sirve para justificar la confusión entre educación y obediencia, una trampa que mezcla formación académica con lealtad política para seguir domesticando conciencias.
Durante el encuentro, Díaz-Canel entregó la distinción “Panchito” a tres dirigentes estudiantiles “destacados”, otro de esos gestos simbólicos que el régimen usa desde hace décadas para premiar disciplina antes que talento. Es el mismo teatro de siempre, intentando mantener viva la narrativa épica del proceso revolucionario ante una juventud que ya no se come el cuento.
Las constantes invocaciones a la figura de Fidel tienen otra lectura evidente: Díaz-Canel sigue buscando desesperadamente encajar como sucesor legítimo del comandante. Sin carisma, sin resultados y sin apoyo popular, intenta recostarse en el mito de Fidel para sostener un liderazgo que hace rato perdió brillo —si alguna vez lo tuvo.
La insistencia en que los jóvenes deben “actuar como Fidel” forma parte de esa vieja estrategia de convertir la obediencia ideológica en patriotismo. Una táctica para disfrazar el fracaso actual como si fuera una épica batalla contra enemigos externos, mientras la población enfrenta colas interminables, apagones diarios, hambre y un éxodo que vacía el país.
Y mientras Cuba se desangra, el régimen vuelve a mirar hacia atrás, como si rebuscar en el pasado fuera a resolver el presente. Díaz-Canel propone estudiar a Fidel, cuando lo que el pueblo necesita es luz, comida y futuro. Pero eso, por lo visto, no aparece en los manuales que él quiere imponer.







