La desigualdad eléctrica en La Habana está desatando una tormenta de furia entre los vecinos más castigados. Miles de habaneros denuncian que el régimen mantiene un casi 50% de la capital libre de apagones, amparado en el invento de los llamados circuitos priorizados o zonas “no apagables”, sin explicar jamás por qué esas áreas disfrutan de un privilegio que el resto no ve ni en sueños.
Mientras tanto, los bloques 2 y 3 están viviendo un infierno diario. Apagones de 7 y hasta 8 horas seguidas, interrumpidos apenas por tres miserables horas de electricidad que no alcanzan ni para enfriar el agua. Es la fórmula perfecta para desbaratarle la vida a cualquiera, especialmente a los que tienen niños, ancianos o enfermos en casa.
La molestia explota en redes sociales, donde los afectados acusan abiertamente a la Empresa Eléctrica de corrupción y manipulación del despacho de carga. La gente está convencida de que hay manos y bolsillos decidiendo quién duerme y quién no, quién cocina y quién no, quién vive a oscuras y quién se mantiene en el paraíso artificial de la “zona priorizada”.
Los testimonios del bloque 3 son una radiografía del hartazgo. Vecinos aseguran que “viven y mueren en emergencia”, una excusa que el Gobierno usa para justificar cualquier apagón fuera del plan. Ayer estuvieron casi todo el día sin luz bajo ese mismo pretexto que ya nadie se cree.
Otros exigen que se termine el abuso y que se reparta la carga donde realmente corresponde. Dicen sin rodeos que “si le quitaran la corriente a las zonas priorizadas, el ahorro saldría de inmediato y el resto del pueblo podría respirar”.
El nivel de indignación sube cuando denuncian que el bloque 3 tuvo solo una hora de corriente después de un apagón adelantado sin explicación. Y cuando por fin llegó la luz, volvió a desaparecer por una supuesta emergencia. La paciencia está en cero y las preguntas se repiten: “¿Hasta cuándo la falta de respeto? ¿Hasta cuándo van a abusar del pueblo?”.
La desesperación es evidente. Madres y padres reclaman que los niños tienen derecho a comer y dormir, que no es normal estar más tiempo apagados que con servicio, que no puede ser que media ciudad viva como si Cuba funcionara y la otra mitad esté tirada en la candela.
La Habana está dividida entre dos realidades que ya nadie puede ignorar. De un lado, los privilegiados, donde la luz nunca se interrumpe. Del otro, los cubanos de a pie, golpeados por apagones interminables que no responden a una planificación, sino a un sistema que prioriza intereses políticos, económicos y personales por encima de la dignidad humana.
La gente lo resume mejor que cualquier analista: “Estamos cansados. ¡Hasta cuándo!”
Y la verdad es que esa pregunta ya no la puede apagar nadie.







