La muerte de Daniela Aurora Ochoa Hernández, una joven de apenas 22 años y embarazada, volvió a mostrar el profundo agujero negro en el que se hunde el sistema de salud cubano. Ella y su bebé perdieron la vida en el Hospital Roberto Rodríguez, en Morón, en circunstancias que su familia califica directamente como negligencia médica. La indignación creció en redes porque, una vez más, una vida que pudo salvarse terminó en tragedia.
Daniela llegó al hospital con señales que en cualquier país serio disparan alarmas inmediatas: dolor de cabeza insoportable, entumecimiento en un lado del cuerpo y una presión por las nubes. Para una embarazada con historial de hipertensión, aquello era un aviso urgente. Pero, según denunció en Facebook la activista Idelisa Diasniurka Salcedo, la doctora residente que la atendió optó por minimizarlo todo. No pidió interconsulta, no llamó especialistas, no actuó ante la posibilidad evidente de un evento neurológico. La dejaron ingresada… y nada más.
Al día siguiente, el desastre se desató ante los ojos de todos. Daniela se desplomó al lado de su cama, convulsionó y perdió el conocimiento. Ahora sí corrieron los médicos, pero ya era demasiado tarde. El daño estaba hecho. La joven murió y, minutos después, su bebé también, pese a una cesárea realizada cuando la madre ya no tenía pulso.
La familia lo expresó con una claridad desgarradora: “Esto se pudo evitar”. Para ellos, una actuación responsable o una cesárea a tiempo habría salvado dos vidas. “Somos testigos de cómo murieron una madre y su hijo porque no se hizo lo que la medicina manda”, escribieron entre rabia y dolor.
La indignación se expandió por toda la isla y más allá. El médico cubano desterrado Alexander Figueredo fue contundente y llamó lo ocurrido “una masacre silenciosa, hija directa de la negligencia institucionalizada”. Su denuncia fue aún más dura al recordar que la salud pública cubana vive un deterioro profundo: faltan profesionales, faltan insumos y, según él, falta hasta humanidad.
Martí Noticias confirmó que este caso aparece en un contexto donde los indicadores de salud materna e infantil —históricamente usados por el régimen como trofeo propagandístico— llevan tres años consecutivos en retroceso. Observatorios independientes advierten que la tormenta perfecta ya está encima: escasez de especialistas, hospitales colapsados, epidemias fuera de control y un déficit crónico de medicamentos que deja a las embarazadas completamente expuestas.
Daniela vivía en un pequeño barrio de Ciro Redondo. Su embarazo estaba avanzado, el bebé venía con buen peso y la familia esperaba recibirlo en cualquier momento. Ahora, en lugar de preparar los pañales y la cuna, su comunidad vela dos cuerpos y exige respuestas.
El Ministerio de Salud Pública, como era de esperar, guarda silencio. La familia pide justicia y una investigación real, no de papel, porque temen que el caso termine engavetado, como tantos otros. Quieren que este dolor no se repita, que ninguna otra madre enfrente ese abandono disfrazado de atención médica.
Hay una imagen que ha recorrido redes como una puñalada: el pequeño féretro doble donde descansan Daniela y su bebé. Ese cuadro resume el fracaso de un sistema que lleva años derrumbándose y que, cuando más se necesita, le da la espalda a los cubanos en el momento más vulnerable de sus vidas.







