Apagones en La Habana superaron las 12 horas continúas y parecen haber llegado para quedarse como en el resto de las provincias

Redacción

Los apagones en La Habana volvieron a marcar récord este domingo, y no precisamente un récord del que sentirse orgulloso. Más de 12 horas continuas sin electricidad en cada uno de los seis bloques de la capital, con el bloque 3 llevándose la peor parte: 13 horas y media apagado, desde las dos de la tarde hasta las tres y veinticinco de la madrugada. Un castigo eléctrico que ya ni sorprende, porque el régimen ha decidido normalizar la desgracia como parte del día a día del cubano.

El país lleva semanas con déficits superiores a los 2 000 MW, una cifra que en cualquier nación medianamente seria sería considerada una emergencia nacional. En Cuba, sin embargo, se maneja como si fuera el parte meteorológico. Y ahora, para rematar, los apagones interminables llegaron a La Habana para quedarse, dejando claro que ni la capital —que siempre ha recibido trato preferencial— se salva del colapso energético.

Pero lo más indignante es el cinismo. Mientras el pueblo revienta de calor, sin corriente, sin agua y sin un respiro, casi la mitad de La Habana sigue encendida gracias a los famosos “circuitos priorizados”, una etiqueta que la Empresa Eléctrica evita explicar porque, claro, no hay forma decente de hacerlo. ¿Quiénes viven ahí? ¿Por qué nunca se apagan? ¿Qué “prioridad” tiene más peso que un niño enfermo sudando en un cuarto oscuro o un anciano sin ventilador?

Y mientras la gente cuenta las horas sin luz como quien cumple una condena, el régimen decide que lo realmente urgente es montar conciertos, encender fiestas y celebrar el Festival de Cine de La Habana. Todo eso en plena crisis energética. En el Vedado, 23, La Piragua y toda la zona cercana brillan como si no hubiera crisis, como si no faltara combustible, como si el país no estuviera hundido en apagones que destruyen lo poco que queda de la vida cotidiana.

Es un espectáculo grotesco. El país a oscuras y el festival a tope de luz. El cubano apagado y el régimen celebrando. Una postal perfecta del absurdo en que vivimos.

Por eso no sorprende que la gente comience a repetir la misma frase, sin miedo y sin filtro: la única solución visible es salir a la calle a protestar. Porque ya está claro que no hay voluntad política de resolver nada, que la prioridad nunca será la población, y que La Habana —el corazón del país— se apaga mientras el gobierno juega a organizar fiestas como si Cuba fuera una postal turística y no un territorio en colapso.

La paciencia del cubano se está quemando a la misma velocidad que las termoeléctricas, y la oscuridad que hoy cubre La Habana no es solo eléctrica: es el reflejo de un régimen incapaz, desconectado y cada vez más ajeno a la realidad del pueblo que dice gobernar.

Habilitar notificaciones OK Más adelante