Sandro Castro, el nieto influencer del difunto dictador, ha vuelto a encender el avispero. Esta vez, no por un video extravagante o un comentario fuera de lugar, sino por compartir imágenes de una Habana en ruinas acompañadas de una frase que cayó como un cubo de agua fría entre los cubanos: “Tu magia es única”. La desconexión, como siempre, quedó en evidencia.
En su cuenta de Instagram, Sandro publicó varias fotos de calles icónicas de la capital y soltó una declaración de amor a Cuba como si nada estuviera pasando. “Imposible dejar de amarte y llevarte en mi corazón Cuba, tu magia es única”, escribió, ignorando que detrás de ese supuesto encanto se ve, claramente, pura destrucción.
Pero basta mirar las imágenes para entender por qué su mensaje cayó tan mal. Se trata de zonas como la calle Monte, La Habana Vieja y los alrededores del Capitolio, lugares que una vez fueron orgullo nacional y hoy muestran un deterioro que salta a la vista: edificios derrumbados, fachadas agonizantes y una precariedad que duele.
Los comentarios no tardaron en llegar, y lo que se leyó fue un profundo sentimiento de tristeza y frustración. Una usuaria confesó que, si la realidad fuera distinta, muchos cubanos —ella incluida— regresarían sin pensarlo. Pero la situación actual hace que ese sueño parezca cada vez más lejano.
Otro cubano fue mucho más directo, recordándole a Sandro una verdad histórica que muchos prefieren no decir en voz alta: “Tu familia expropió todo; se apoderó de todo, destruyó todo…” El comentario, largo y sin filtros, sostuvo que él, como miembro de los Castro, debería algún día usar su voz para denunciar lo que está mal. “Estoy seguro de que piensas como yo, pero el apellido te obliga a mirar a un lado”, añadió.
Las reacciones siguieron esa misma línea. Un usuario le sugirió que, si de verdad ama a Cuba, hable con su familia para cambiar el rumbo del país. Otro, más sarcástico, lamentó que ya “magia no queda”, porque el daño que dejó su abuelo “no tiene perdón de Dios”. El disgusto fue general.
Y mientras las redes ardían, Sandro seguía alimentando la polémica por otro frente: su miniserie El Hoyo. En su capítulo más reciente, decidió presentarse nada menos que como “el elegido” de Dios. Así mismo: un personaje disfrazado de Dios lo visita en su tumba, lo resucita y lo convierte en El Vampirach, una especie de salvador espiritual de Cuba.
Tras su resurrección cinematográfica, Sandro suelta un discurso que mezcla misticismo, críticas sociales y frases que suenan profundas pero no dicen mucho. Habla de eliminar el egoísmo, de crear un mundo donde todos puedan cumplir sus deseos y hasta invita a la gente a bajar sus expectativas: “¿Para qué deseas una casa grande si siempre duermes en la misma habitación?”.
Como si no fuera suficiente, pide unidad “con paso firme, corazón valiente y mente fría”—un guiño nada sutil al discurso clásico de su abuelo. Y para rematar, cierra con una pose que imita a la estatua de José Martí en el Parque Central.
Pero ahí no acaba todo. En su impulso mesiánico, Sandro anunció que lanzará su propia tasa de cambio, llamada “Vampicach”. Sí, así mismo. También acusó al medio independiente El Toque de ganar más de 100 millones de dólares en un día tras el alza del dólar, y propuso unir a los empresarios privados para frenar el descontrol del mercado informal.
En resumen, mientras Cuba enfrenta una de sus peores crisis, Sandro Castro parece vivir en una dimensión paralela donde la ruina es mágica, la economía se arregla con discursos y él es el elegido para salvar a la isla. La reacción del pueblo demuestra que esa fantasía ya no convence a nadie.







