Régimen acelera la conversión de contenedores en viviendas de «emergencia» para los damnificados del huracán Melissa en Santiago de Cuba

Redacción

Las autoridades en Santiago de Cuba andan apuradas tratando de convertir contenedores marítimos en viviendas de emergencia, una medida desesperada para lidiar con el hundimiento total del fondo habitacional en la provincia. Después del paso del huracán Melissa, la situación se volvió tan crítica que miles de familias siguen viviendo entre escombros, filtraciones y un nivel de hacinamiento que ya roza lo inhumano.

La visita de Miguel Díaz-Canel el 5 de diciembre terminó destapando, otra vez, el estado real de la provincia: edificios a punto de caerse, barrios completos reventados por décadas de abandono y un malestar general que ni los discursos aprendidos del libreto oficial pueden ocultar. Según el propio Granma, más de 137 mil viviendas están afectadas, una cifra que por sí sola cuenta la tragedia.

En medio del desastre, la dirección provincial decidió defender la idea de que los contenedores son una “solución inmediata”. Lo dijeron con total aplomo, aunque sin explicar cuántos contenedores podrán adaptarse ni cómo piensan repartirlos. Funcionarios locales admitieron que la demanda los desborda y que los casos más graves siguen aumentando, sobre todo en zonas donde la miseria ya era parte del paisaje mucho antes de Melissa.

El gobierno provincial repite que estos módulos “acortan plazos”, pero nunca concreta fechas, metas ni resultados reales. En vez de compromisos, ofrecen consignas. En vez de estrategias, apelan a la resistencia. Y mientras tanto, el pueblo continúa viviendo en condiciones que ningún dirigente se atrevería a enfrentar en su propia carne.

Durante su recorrido, Díaz-Canel habló de trabajar con los recursos disponibles y de “no descuidar el entorno”, mientras las autoridades provinciales enumeraban avances muy parciales en electricidad y telecomunicaciones. Pero los números y las imágenes de Santiago cuentan otra historia: zonas enteras siguen sin servicios, con techos colapsados y calles donde la recuperación avanza más lento que un bicitaxi sin cadena.

Para añadirle ironía al asunto, el 5 de diciembre el mandatario celebró en X el Día del Constructor, pidiendo “embellecer la patria”, como si el deterioro urbano que se extiende por toda Cuba hubiera caído del cielo y no fuera consecuencia directa de seis décadas de mala gestión, abandono y corrupción. Fiel a su estilo, volvió a culpar al “enemigo externo”, evitando mencionar que el colapso habitacional del país tiene dueño y dirección postal.

El discurso oficial intenta vender los contenedores como una idea “creativa” y “ágil” para enfrentar el déficit habitacional y reparar los daños de Melissa. Pero en la calle la reacción es muy distinta. La gente sabe que estas estructuras metálicas, bajo el sol cubano, se convierten en hornos donde no hay quien viva si no se les instala un aislamiento térmico que, por supuesto, tampoco está garantizado.

A eso se suma la falta de infraestructura básica y la vulnerabilidad frente a fenómenos climáticos extremos. En resumen, un contenedor no es una casa, y mucho menos una vivienda segura. Para muchos santiagueros, la medida es otro parche más del régimen para disimular el desastre sin abordar la raíz del problema.

La conversión de contenedores en casas puede maquillar la situación un ratico, pero lo que realmente evidencia es la profundidad del derrumbe en Santiago de Cuba y la incapacidad del gobierno para ofrecer soluciones dignas a un pueblo que lleva demasiado tiempo sobreviviendo entre ruinas.

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