En el valle del Yumurí, el humo ya forma parte del paisaje. Entre hornos improvisados y machetes que cortan madera, decenas de hombres convierten árboles en carbón vegetal, el recurso que se ha vuelto indispensable en la Cuba de 2025.
Lo que antes podía ser un oficio rural o un legado campesino hoy es una salida de emergencia. La agricultura ya no alcanza para sobrevivir, los apagones son interminables y los empleos formales escasean, dejando al carbón como la única alternativa que paga rápido, según relató el periodista Raúl Navarro González, del periódico oficialista Girón, en su publicación “El negocio del hoy”.
En el campo, los hombres terminan tiznados de hollín, cuidando hornos encendidos durante la noche y respirando humo por apenas unos pesos. En la ciudad, las familias gastan hasta 3,000 pesos mensuales solo para hervir leche o preparar un café, porque el gas escasea y la electricidad llega por pocas horas al día.
Lo que antes era un recurso rural se ha convertido en un negocio nacional. Intermediarios que especulan, precios disparados y un mercado informal que abastece a hogares urbanos muestran cómo la necesidad ha tomado las riendas de la economía. Cada bolsa de carbón lleva consigo una historia de desgaste: campesinos que cortan árboles porque ya no pueden sembrar, madres buscando brasas para calentar la comida y el humo que conecta la miseria del campo con la desesperación de la ciudad.
“El carbón —ese retroceso que nadie eligió— se ha convertido en la única forma de sostener la vida en medio de la oscuridad”, escribió Navarro. Más allá de cualquier intento de narrativa oficial, su descripción revela la crisis energética y económica que devora al país.
Pero el auge del carbón no responde solo a la necesidad doméstica: también tiene intereses comerciales del régimen. En los últimos meses, Cuba ha incrementado sus exportaciones de carbón, mientras los hogares locales sufren su escasez. Esta contradicción ha profundizado el descontento ciudadano, mostrando un sistema donde la venta al exterior prima sobre la supervivencia interna.
La paradoja se hizo aún más evidente cuando autoridades de Las Tunas entregaron carbón y ventiladores como “premio” a peloteros, un gesto que muchos percibieron como un reflejo absurdo del colapso económico. Lo que antes era un recurso rural se ha transformado en una moneda de uso práctico, valorada por todos los cubanos que luchan por mantener sus cocinas encendidas.
El carbón, símbolo de un pasado precario, se ha convertido en el motor de la Cuba actual, sostenido por el sudor, el humo y la necesidad, mientras la luz sigue siendo un lujo y la desesperación, una constante.







