En toda la Isla se respira el mismo sentimiento: los apagones ya no se resuelven con rezos, paciencia ni inventos caseros. Cada vez más cubanos coinciden en que la única vía real para frenar el desastre energético es salir a las calles y protestar de manera masiva, porque lo que está haciendo el régimen —o mejor dicho, lo que no está haciendo— no apunta a una solución, ni ahora ni en un futuro cercano.
En barrios de Oriente, en el centro del país y en varias zonas de La Habana se escucha el mismo murmullo: “si no nos tiramos para la calle, esto sigue empeorando”. Y la gente no lo dice por bravura, sino por pura necesidad. Las horas sin electricidad ya no se cuentan con los dedos, se miden por tandas interminables que dejan a familias enteras sin comida, sin agua, sin descanso y sin esperanza.
Los últimos días han sido un espejo perfecto de la realidad: provincias completas amanecen apagadas, otras pasan media jornada sin corriente y otras simplemente rotan sus horarios de apagón como si fuera una lotería macabra. Y mientras la vida se vuelve insostenible, el régimen sigue con la misma muela reciclada de siempre, culpando al bloqueo, a las piezas de repuesto, a la humedad del aire y hasta a la alineación de los planetas, menos a su propia incompetencia.
Lo cierto es que la gente está cansada de excusas y cada vez más convencida de que sin presión en la calle no habrá ninguna respuesta real. Muchos recuerdan que cada protesta, desde el 11J hasta los cacerolazos recientes, ha obligado a las autoridades a mover alguna ficha, aunque sea para disimular. Por eso el descontento está subiendo de tono, porque la población sabe que si no hay un sacudón fuerte, el régimen va a seguir empujando la crisis con el hombro, como quien mueve un mueble viejo sin ganas de arreglar la casa.
En conversaciones en portales, colas, redes sociales y centros de trabajo, los cubanos repiten la misma idea: la única salida es la calle, porque lo demás ya está probado y no sirve. El miedo ya no pesa tanto cuando el calor, la falta de alimentos y el cansancio se vuelven insoportables. Y la sensación general es que, si no ocurre un cambio por presión popular, lo que se avecina es peor: más horas sin electricidad, más caos y más desgobierno.
En un país donde la población está siendo llevada al límite, la chispa está más cerca que nunca. Porque, al final, los cubanos saben que el régimen solo se mueve cuando tiembla la calle. Y la calle, ahora mismo, está a punto de explotar.







